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jueves, 14 de marzo de 2019

Disparates (Manuel Menor)

El peor “disparate” es el nulo entendimiento

Quedarse con los “disparates” puede ser humorístico, pero poco arregla lo que empobrece la vida escolar y la más estrictamente política.

No hace mucho, “portavozas” hubiera sido motivo de falta ortográfica. Ahora, es motivo de pelea política por ver quien seduce a más votantes. El “feminismo”, todavía en competencia con “femenino”, término más bonito y guapo,  domesticado a la patriarcal usanza –como ya había denunciado a comienzos del XX Mª. J. Lejárraga, la exmujer de G. Martínez Sierra-, sigue siendo incómodo en muchos ambientes, como el uso del género gramatical de modo alusivo a la violencia diferencial. Se ha andado mucho desde que el género epiceno valía para englobar toda la especie, aunque tuviera prevalencia masculina, y aunque en la RAE surjan voces que alerten periódicamente de la perversión de la preceptiva clásica.

Del nivel del alumnado
En el mundo escolar, tampoco es infrecuente, especialmente desde los años setenta, sobre todo al compás de las sucesivas reformas que han democratizado el acceso a la educación –y particularmente después de la LGE de 1970, y de la LOGSE 20 años más tarde-, la advertencia de quienes, desde la docencia escolar, recopilaron “disparates” alusivos al desacierto de sus alumnos y alumnas en exámenes y evaluaciones. Recientemente, “celosía” ha dado juego en algunos medios para publicitar uno de estas colecciones. Llama la atención, sin embargo –como también advierte Fernández Enguita en su Cuaderno de campo- que la vertiente humorística de estas meteduras de pata haya servido a menudo como justificación interpretativa cuasi generacional de unos males que,  de este modo, quedarían indemnes.

El uso nostálgico de estas antologías ha sido prolífico, casi tanto como la desconfianza hacia los más jóvenes que ya es apreciable en las tablillas cuneiformes de Sumer.  Esa pulsión, reactivada periódicamente ante toda reforma educativa –a veces reiterando incluso la circulación de listados de épocas anteriores- para denigrarla con ejemplos bien humorados  dentro de unos códigos supuestamente compartidos por recopilador y lectores, es similar a la denunciada por Baudelot y Establet en 1994 a propósito de una supuesta “bajada del nivel educativo”. Tópico jeremíaco de muchísimos relatos de profesores y maestros, es muy aprovechado por políticos despreocupados de qué pase realmente en el sistema educativo. En esa tendencia, los  comentarios que han acompañado esta última antología la culpa de los “disparates” actuales se ha dirigido al uso “abusivo” de las redes sociales, distractoras de los hábitos escolares conspicuos. No obstante, sin análisis más serios, las razones de la posible obsolescencia de estos seguirán intactas largo tiempo, pese a que no parece sino que vaya a incrementarse la presencia de los medios digitales en nuestras vidas. Tampoco debiera obviarse que buena parte de los “disparates” existentes dentro y fuera de las aulas –y vienen al caso los que ocasionaron la serie de grabados más críticos de Goya- tienen su origen en los malos procesos de aprendizaje y convivencia. En toda época y lugar, no suele ser raro que meter la pata case bien con el ejercicio prepotente de la fuerza física.

¿Y el del profesorado?
En los circuitos académicos es vieja una sentencia que, en latín muy macarrónico, decía: intellectus apretatus discurrit qui rabiat. Es decir, que en circunstancias en que se ha de contestar a preguntas raras y controles pensados por docentes “para cazar”, es habitual cometer gazapos que, incluso, tienen a veces su inventiva surrealista. Si en las escuelas, colegios e institutos –y en las universidades con sus grados y postgrados-, se analizaran despacio este tipo de engendros, se podrían averiguar razones de ineficiencia que merecería la pena corregir. En ese sentido, se echan en falta antologías en que se recojan los desatinos de que hacen gala ante su alumnado algunos mandarines docentes. Todavía es un campo poco explorado, disponible para quien tenga paciencia para recoger, de diversas memorias, autobiografías y novelas, testimonios que documenten tiempos de estudiantes. El asombroso muestrario de torpezas tal vez completara el que ha generado la reciente noticia de que el 50% del profesorado universitario no investiga nada.

Teniendo tiempo y, sobre todo, aguante para las críticas y vetos que le vendrían encima al autor o autora, en áreas en que, en los últimos años hayan acusado más la notoria democratización de los derechos políticos y sociales, saldría una buena antología de “disparates”. Hay precedentes en el campo de las sentencias judiciales e, incluso, en la recopilación de decretos del BOE, como el de Eva Belmonte en Españopoly (Ariel, 2015).  También son buena referencia investigaciones históricas como la de Anna Caballé, Breve historia de la misoginia (Lumen, 2005), en que repasa cómo escribieron, desde la Edad Media, la mayoría de nuestros escritores ilustres acerca de la mujer. Es absolutamente recomendable esa lectura para celebraciones como la del pasado 8M, igual que la de la historia de la Condesa de Pardo Bazán respecto a quienes se conjuraron en 1889, 1890 y 1912 para que no entrara en la RAE, un asunto bien representativo del estado de la cuestión académica. Y también, por poner otro ejemplo más cercano al ámbito escolar, el análisis a que somete Emilio Castillejo los libros de texto de historia de la etapa franquista.

¿Qué pasa con el de la clase política?
Con tales antecedentes, no debieran causar extrañeza las pifias y “disparates” de la vida política, más crecidos en vísperas electorales. Los conceptos y giros con que se relata qué sea urgente son muy indicativos y, desquitado el postureo, las políticas sociales son las que concentran  más. Es de particular interés la peculiaridad de los decretos que está apurando el Gobierno de Sánchez ahora, en estas semanas. También lo son sus opositores al insistir en si es un procedimiento oportunista y publicitario mientras ocultan su actuación de los últimos años. La rebatiña no solo tapa lo que los más conservadores han hecho de más restrictivo para los ciudadanos. Oscurece, de paso, el alcance liberal de muchas reformas socialdemocrátas, amén del poco valor real de propuestas novedosas de grupos minoritarios en el Parlamento.

Por lo que se oye y ve, lo que unos políticos dicen o escriben, como si perteneciera a otro mundo u otra esfera de conocimiento, parece continuado “disparate” a sus oponentes. El recurso permanente al Constitucional, para que dirima, no es sino una forma de aclarar qué sea un “disparate” en la política actual. Algunas de estas estratagemas no muestran sino actitudes solapadas, siempre idénticas ante problemas que no cesan. ¿Cómo llamar, además, a esa serie teatral que se representa en el Supremo en torno al procés? Y centrándonos en políticas educativas vigentes y en alza, ¿no es “disparate” que sea obligación para el Estado y sus Autonomías  desarrollar una restringida “libertad de elección de centro” cuando nuestro sistema educativo no se ciñe a lo que la ONU adscribe al derecho a la educación: que sea inclusiva y con igualdad de oportunidades? En fin, ¿por qué, en pleno siglo XXI –independientemente de otras circunstancias-, sigue teniendo la Religión la presencia que tiene en el currículo escolar? Atentos: en estos días pueden crecer exponencialmente los “disparates” mucho más allá –y con peores repercusiones- de los circuitos escolares.

Manuel Menor Currás
Madrid, 13.03.2019

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