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domingo, 10 de febrero de 2019

Sofismas (Manuel Menor)

Censuras, soflamas y sofismas…

“Las palabras especiosas y engañosas pero opuestas a los derechos civiles de la comunidad”, alertaba Locke (1690), son muy peligrosas para todos.

La 33ª edición de los Goya acaba de premiar el documental Gaza, un corto en que se revisa la situación de los derechos fundamentales del pueblo palestino, pisoteados de continuo por el imperialismo sionista.

 Gaza
Nada que ver propiamente con judíos y musulmanes, sino con actitudes que aprovechan sus diferencias culturales para primar posiciones de poder hegemónico, dominio, fuerza y colonización, generadoras de sumisión, pobreza y esclavitud. Si quienes han tenido algo que ver –no solo por acción, sino también por dejación- hubieran construido en otra dirección, gran parte de los problemas geoestratégicos generados -sobre todo, desde 1947- en la zona que genéricamente se ha venido llamando Oriente Medio, no hubieran tenido lugar y, seguramente, el mundo habría sido más pacífico. La denuncia de Gaza no debiera sino facilitar que, al menos en el futuro, se pudiera rectificar la dirección de tanto esfuerzo estéril.

El cardenal Osoro, sin embargo, de haber estado en el jurado de los Goya, no habría votado que ese documental llegara a la fiesta de la Academia de Cine. Por decisión suya magisterial no pudo ser exhibido en la parroquia de San Carlos Borromeo (Entrevías, Madrid): no fueran a distraerse sus feligreses. La ambigüedad ha jugado en ello un papel supuestamente pastoral, de la misma sensibilidad que ha dado muestra en los últimos tiempos respecto al traslado de Franco a la catedral de la Almudena y que no es nueva. Hace 20 años, en los inicios de su carrera episcopal en Ourense, ya la apuntaba en sus maneras de cuidar con esmero su imagen. Las que se ejemplifican tras una fotografía suya junto a un enfermo, que debe corresponder al Jueves Santo de 1999. Una asociación piadosa que paseaba la caridad visitadora del joven obispo por la unidad cardiológica de la Residencia Sanitaria, le llevó ante un paciente  que rondaba los ochenta años; el fotógrafo de la comitiva captó la fugacidad de la escena fotogénica e hizo su trabajo. Aquel oportunismo no pasaría desapercibido: a los testigos ocasionales no se les escapó que, ni antes ni después del flash, nadie  hablara con aquel enfermo ni le pidiera permiso para que su efigie apareciera al día siguiente junto al joven prelado en los kioskos; alguien recordó en cambio que, según el Evangelio, la insípida escena debiera haber sido muy distinta. Podían, incluso, haber hablado mucho. Aquel anciano esperaba un marcapasos y le habría encantado, como creyente muy cabal que era, contar a Osoro, entre otras cosas, cómo había labrado la gran piedra granítica del altar mayor de su catedral (Cfr.: “Canteiros e penedos”, en: Farodevigourense, 17.06.2012).

Cazadores con red
No hace falta ir a un Museo para percibir cómo muchos artistas se han aplicado para moverse entre el realismo y la representación; tampoco es preciso recurrir al mimetismo ilusorio de la teatralidad. La información y sus maneras están más a mano. Obligados a distinguir entre la objetualidad de lo que acontece y los formalismos manieristas de redactores y opinadores,  la invención periodística no desmerece. El Brexit inglés, el triunfo de Trump en EEUU, o fenómenos posteriores en Europa y España, han puesto en primer plano estos métodos, con la complicidad operativa de las redes sociales: los quince años de Facebook están ahí. Quienes cazan en la red con “transgresoras” performances de estricta subjetividad ya tiene escuela. Las Fake news, los neolenguajes, las medio verdades y demás componendas discursivas de moda  para fidelizar lectores, consumidores y votantes a golpe de click, han crecido como setas pero no son algo nuevo. ¿Alguien recuerda cómo se trabajó aquello de las “armas de destrucción masiva”, en que tanto se implicó Aznar? ¿Verba volant?

La larga historia de trampantojos y poder siempre ha estado ahí, como ejemplifica bien la constante avidez de la jerarquía católica por adoctrinar, en exclusiva, en la Verdad (con mayúscula). Desde su “triunfo” sobre el “paganismo” clásico, impuesto en todo el Imperio Romano desde el año 370 d. C., nunca dejaron de contar, con más apologética autoreferencia que con razonable explicación histórica, las componendas de su doctrina con su propia terrenalidad. Desde entonces, no han variado mucho las tornas; de lo que hacen y dicen en el presente, tampoco es que el propio Vaticano -o sus obispos en España- hayan mejorado mucho sus ambiguos cálculos oportunistas. Sin quebrantar el segundo de los Diez Mandamientos, no parece, desde luego, que puedan arrogarse como palabra de Dios la información que emiten, especialmente desde algunos de sus medios.

 Si Zola viviera hoy, ese gran corpus de ambigüedad le hubiera proporcionado material sobrado para proseguir su trilogía: Lourdes, Roma, París. Sin más, con lo que hace poco dijo Blázquez acerca de que “solo un 3%” del clero puede ser calificado como pederasta, ya tendría para una novela o para un nuevo manifiesto del tipo J´accuse. ¡Qué magnífica escena no habría descrito  con lo que intercambiaron Monseñor Yanes, Maravall y otros testigos en vísperas de la LODE (1985), cuando sobrevoló la idea de que si no firmaban la posibilidad de los “conciertos educativos” –o no movían a sus asociaciones a que firmaran-, un crédito extraordinario del Estado crearía las plazas escolares que “subvencionaba”!

Y en la ambigüedad emocional y verbal seguimos, con todos los riesgos que comportan estos meandros. Tácticamente, a los vocacionados para la politiquería –que no para la política- les es propicia la mucha “gente” –palabra suficientemente ambigua para que todo espectador se sienta implicado- que sestea en su verdad particular, intolerante con cuanto le pueda privar de su “orden natural” inamovible. Da igual de qué se trate: de Venezuela, de taxis, de Cataluña o de España. No faltan quienes les alienten a  manejar el verbo y la pluma “sin complejos”, cada día con más vehemencia que credibilidad, en redes y  emisoras múltiples pero unívocas. Impregnados de la vieja cólera dogmática, tratan de que sus apuestas narcisistas muevan a los votantes. El resultado son los púlpitos actuales, en los que brilla la dialéctica  del micrófono siempre a punto para hisopar la última ocurrencia del dispuesto a parecer moderno aunque no tenga nada qué decir, salvo a  unas centradas “clases medias” encantadas de retuitearse.

Otros/as
En ese estatus social al que todo oyente suele apuntarse aunque esté colgado hasta las cejas, los otros, los asalariados y los que no tienen ni salario, solo existen como atrezzo; ni en bruto ni cocinados por el CIS suelen tener presencia política. Quienes han peleado estos años por la escuela pública flaco favor les harán a ellos y a sí mismos si se contentan con la operatividad de la “restricción mental” y no siguen pugnando por lograr, ahora, que sean explícitamente contemplados –sin ambigüedad mixtificadora-  en la propuesta de derogación de la LOMCE.  En qué consista su esencia está por ver todavía, cuando puede que ni llegue a Proyecto: la gran provisionalidad de este Gobierno se hace cada día más perentoria con o sin “relator” que medie en el uso del ábaco contable.

Es urgente: la ambigüedad, el pasteleo y el sofisma siempre han sido  mortíferos para la democracia. El año 399 a.C., Sócrates, acusado de no reconocer a los dioses en que creía su Polis, y de corromper a los jóvenes, fue condenado a muerte por un tribunal de 500 atenienses. De nada le valió “la conducta que había mantenido toda su vida y que, en su opinión, había estado al servicio de la verdad y de sus conciudadanos” (Platón. Diálogos: Fedón).

Manuel Menor Currás
Madrid, 07.02.2019

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