Antes de las elecciones, la LOMCE puede quedar intacta en lo sustancial; los otros proyectos de Celáa tendrán corto alcance.
A partir del capitalismo industrial, el presente-futuro se empezó
a objetivar más: el tiempo era oro, contabilizable por reloj a cuenta del
trabajo asalariado. Desde los años ochenta, el “tiempo universal coordinado”
(UTC) delimitó mejor los 24 husos horarios que controlan las actividades de
todos los humanos. En cuanto a la
percepción subjetiva de lo que acontece entre el nacer y el morir, la
construcción cambiante del sentido de la existencia, según pasan los años, se
agudiza y afianza en torno al “ser aquí y ahora” como principal razón que orienta todo
intento de narratividad.
El gran carnaval
En la cultura occidental
actual, de todos modos, la mayoría de las actividades –especialmente las sociopolíticas-
vienen urgidas por un presentismo que, incluso, pretende ser ajeno al pasado. Es
la razón de los Museos
de Arte Contemporáneo, en cuyas salas suelen exhibirse testimonios de la
creatividad concomitante a los visitantes, reafirmada por múltiples actividades
tendentes a implicar al espectador en directo. Es muy urgente, igualmente, para
Casado, quien, al asumir el liderazgo
del PP, ha marcado distancias respecto a la corrupción de muchos de lo suyos
diciendo que no tenía que pedir perdón por el pasado. En el ejercicio de la
actividad política –marcada por la rueda electoral- lo habitual es que el
presente sea lo que cuenta; práctica que suele incrementarse con la
manipulación constante del lenguaje y el oportunismo para mellar las tácticas
del contrario.
Para la prensa, también el presente es la razón de ser. Depende de
cómo contarlo con provecho y, a veces, lo hace con criterios de coherencia y
rigor. Otras, no tanto: el periodismo es camaleónico en sus formas,
servidumbres y tecnologías, y más con la ductilidad que le prestan las redes
sociales. En 1951, Billy Wilder ya dejó en El
gran carnaval un despiadado retrato de la degradación moral que los medios
son capaces de alcanzar en la construcción de relatos y “casos”. Y presentismo
puro y duro, de dudoso carácter, es el que se ha podido vivir en el centro de
Madrid el domingo día diez. Las
urgencias presentistas de quienes movieron esa convocatoria –o desde la prensa
se aprestaron a que pareciera “independiente” su manifiesto- invocaron una España esencialista
arrogándose la exclusiva de la interpretación de la Historia. Son los modos
habituales de algunos medios, cuya línea editorial –como puede verse en una obra
de Alberto Corazón para la Bienal de Venecia de 1976- es siempre idéntica: el abuso de la sintaxis,
los gestos y las palabras por ver si controlan mejor el patio común.
¿Rerum novarum?
Otro ejemplo de presentismo social, importante para muchos, lo
proporcionan los jerarcas eclesiásticos. Hoy, tienden a pedir perdón de algunos
episodios, otros se los callan pero no abandonan su colonización peculiar del
presente. Su tiempo eterno –al que suelen remitirse de continuo- no limita su
avidez para plantear a las administraciones públicas constantes reclamaciones
de ayudas, limosnas, óvolos, exenciones, subvenciones y conciertos para hacerse
más accesibles a posibles interesados. Tan reiterado recurso tiene, sin embargo,
crecientes problemas para sustentarse según avanza la secularización social. Desde
que a finales del XVIII empezaron a perder privilegios, la calidad de su presente
terrenal solo ha sido posible a cuenta de alianzas de conveniencia mediante
instrumentos diplomáticos más o menos elaborados. En España, desde 1851 hasta hoy, los Concordatos y
Acuerdos han tratado de dar la vuelta a las desamortizaciones. La declaración
del IRPF pronto hará ver el presentismo más vital para los eclesiásticos al
reverdecer la publicidad de la crucecita para la Iglesia. También el de quienes se pregunten, si su situación económica ha sido disminuida
por efecto de la crisis, cómo es posible que, en ninguno de esos años duros,
haya bajado la aportación del Estado –aumentada con Zapatero al 0,7%-, mientras una parte significativa de los servicios
sociales, en Sanidad, Educación y
Dependencia, se han ido privatizando dentro de la órbita de instituciones
vinculadas a la Iglesia Católica. ¿La caridad de los
obispos hacia los pobres es mejor
desde sus organizaciones privadas?
¡Lástima de presentismo eclesiástico! Hasta que a finales del
siglo XIX se inició la institucionalización del Estado social, ni la caridad ni
la beneficencia habían remediado los duros problemas de “la cuestión social”: hasta Cánovas del Castillo lo dijo públicamente. Por otro lado, lo que en este
momento les es más acuciante
no es Cáritas, cuyos principales recursos no proceden de los Obispos, aunque les valga como motivo publicitario. Su
problema más grave procede del escándalo que los abusos de poder de su clero fiel ha producido,
también en España. El paso por diversos tipos de internados y el autoritarismo de ciertos obispos han dejado huellas en
muchas personas. Y en cuanto a la pederastia, ya se habla del 7%, proporción variable también según la fecha que se tome
como referencia, pues la jerarquía católica tiene hoy mucho menos clero que en
los años 50 y 60. Las peticiones de perdón probablemente se intensifiquen
después de la cumbre pontificia del 21 al 24 de febrero, pero no arreglarán ansiedades y
desesperación de quienes han sufrido un
descontrol tan vergonzante.
Enjalbegando
Tener delante estos presentismos –entre un sinfín de muchos otros-
ayuda a entender las políticas educativas de este débil momento en que ha imperado
un repetitivismo al que fuera suficiente con recuperar parte de lo perdido en
el más reciente pasado sin mover las fuertes excrecencias del sistema. Tras
ocho meses y medio, esta mitología reformista deja más palabras que hechos
concretos. Trufada con alguna insatisfacción, no pasa de enjalbegado si no dispone de algún plan alternativo para erradicar, al menos, algunas de
las sucesivas capas de barniz con que ha llegado al presente. Entre otras
muchas, por lo no votado en el Congreso el día 13 tiene más actualidad la que se repetirá en la
declaración de IRPF a presentar entre abril y junio de 2019. Entre las
deducciones que se revisaron el 16.02. 2018, para la cuota íntegra figuran “por gastos educativos”: el
15% de los gastos de escolaridad, el 10% de los de enseñanza de idiomas y el 5%
de lo adquirido en vestuario de uso exclusivo escolar. Como mínimo, unos 400 €
por cada hijo/a, que puede ascender a 900 si hay “gastos de escolaridad”, sin
que se especifique si corresponden a prestación de servicios o a donación, obligatoria o encubierta.
Cuantos sepan que la mayor parte de estas subvenciones -unos 90 millones solo por este concepto- van a parar a clientes de colegios
religiosos, se preguntarán por qué, mientras
los practicantes católicos disminuyen, estos escolares aumentan: ¿Qué servicio
“pastoral” les presta su Iglesia, y a quién, con este instrumento? Este gesto, contrario a toda distribución
progresiva de las cargas impositivas, y similar en la práctica al de los
incrementos de las privatizaciones y las ampliaciones de conciertos que se anuncian en Madrid y Andalucía, parece que vayan a quedar a expensas de las elecciones que se avecinan.
Como buena parte de la LOMCE
En definitiva, las crispadas
urgencias del presentismo político ya están fagocitando, una vez más, las que
necesita atender el sistema educativo; el capcioso debate de los PGE (Presupuestos
Generales del Estado) ha mostrado lo endeble del momento para demostrar, más allá de la retórica,
el valor de la educación. Por si entre los proyectos de Celáa no hubiera un
plan para utilizar los pocos días que queden hasta las elecciones en erradicar
al menos algunas de las discriminaciones que, por colonización de intereses
particulares, sufre el derecho a la igualdad educativa, al menos debería repensar
–como los artistas del Barroco en sus vanitas- la fugacidad del tiempo perdido de este
presente.
Manuel Menor Currás
Madrid, 14.02.2019
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