El
Prado democratiza el mecenazgo
El
micromecenazgo para comprar un Vouet extiende el evergetismo. La crisis y el
bicentenario hacen de la necesidad de recursos virtud cívica.
No es la primera vez que el Museo Nacional
del Prado adquiere arte por suscripción popular; según su director, Miguel
Falomir, ya lo hizo hace cien años. La iniciativa Súmate al Prado trata ahora de recaudar 200.000 euros con la
participación ciudadana: cualquiera puede sentirse mecenas a condición de que
aporte, como mínimo, 5 €. La idea, similar a la de los microcréditos, pone en
primer plano al donante, tocado en su posible benevolencia o filantropía por
una causa, como el amor al arte, considerada noble. Quienes participen, además
de personalizar su contribución a algo de interés para la comunidad, podrán
desgravarse en el impuesto de IRPF. Entrar en este juego es fácil, como puede
verse en: https://www.museodelprado.es/bicentenario/micromecenazgo
Evergetismo
Se trataría de un acto de
evergesia –“hacer el bien” en la etimología griega-, del que ya hablaban
Demóstenes o Jenofonte, y que tuvo en Roma gran amplitud de manifestaciones
expresivas de cómo los ricos se relacionaban con los demás. Ellos donaban
recursos para los juegos, hacían las dotaciones a la annona para atender la
alimentación del pueblo, construían bellos edificios públicos y ornamentaban las ciudades. El calendario
cívico ofrecía ocasión múltiple para demostraciones de que la riqueza era
disfrutada en sintonía con la ciudadanía. Ese ejercicio de compartir, además de
estrechar las relaciones personales y clientelares, creaba vínculos entre los grupos
sociales y daba imagen de prestigio a los donantes, correspondido por los complacientes
receptores del don.
A partir de Constantino –como ha estudiado Peter Brown- se operó en Occidente un fuerte cambio en el destino de las
donaciones. Bastante antes de que Odoacro entrara en Roma en el 476 d.C., el
cristianismo –con Ambrosio de Milán y Agustín de Hipona a la cabeza- habían
modificado la orientación de estos usos de la riqueza. Los pobres pasaron a ser
los destinatarios del evergetismo y los ricos podrían pasar por “el ojo de la
aguja”, con la Iglesia como distribuidora de sus bienes y el cielo como
sobrenatural referencia última de causa y efecto. Fue en el Renacimiento cuando, con la fuerza
que recobran las ciudades, la pobreza empezó a ser vista con recelo, mientras
la caridad experimentó un proceso de organizada
secularización. Luis Vives lo testifica en
De subventione pauperum (1526).
En el XVIII, los ilustrados
criticaron fuertemente los usos que se acogían bajo la razón asistencial de la
caridad y propagaron razones humanitarias para un organigrama asistencial no
eclesiástico: la beneficencia. No obstante,
no será hasta 1882 cuando las situaciones de pobreza, en parte por injustas y,
sobre todo porque empezaron a ser vistas como “cuestión social” -porque los
asalariados urbanos cuestionaban con sus reivindicaciones el orden establecido-,
abrieron paso a formulaciones legales e institucionales para paliarlas. Con las
primeras decisiones de ”justicia social” nació el Estado social –en 1900, en
España, con la ley de accidentes laborales-
y, 45 años más tarde, se desarrolló en Europa el Estado de Bienestar. A
la gallega Concepción Arenal, le tocó ser testigo directo de la transición de
la caridad a la beneficencia cuando ya se clamaba por leyes sociales justas. Lo
atestigua en 1861, en una Memoria a la
Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Nuestra generación es testigo de
las crisis de este proceso a partir de 1973 y, sobre todo, 1990 y 2008.
Museo Nacional
24 años antes de su muerte, la
reformista ferrolana pudo asistir a otros cambios relevantes, entre ellos que,
en 1869, dejara de ser “Museo Real” el del Prado de San Jerónimo, con las piezas
artísticas que atesoraba. Con su
nacionalización empezó a denominarse “Nacional”, para expresar el sentido
cívico que había inspirado la Revolución Francesa y el nacimiento del Museo del
Louvre. Es decir, un museo de los ciudadanos -como sujeto jurídico- y para los
ciudadanos - destinatarios del disfrute y aprovechamiento pedagógico de la
belleza artística-. En este sentido, no se olvide que, enseguida, el decreto de
22.02.1870 hizo depender el Museo Nacional del Prado de la Dirección General de
Instrucción Pública (entonces todavía en el Ministerio de Fomento).
Huelga decir que una de las
formas eminentes de evergesia contemporánea es la de los grandes legados
artísticos. Son muy notorios los mecenas que, sobre todo después de las dos
guerras mundiales, han dotado espléndidamente algunas pinacotecas americanas.
El Prado también los ha tenido, especialmente desde que en 1912 su Patronato fuera
facultado para aceptar donativos y legados y, además, a “expresar la gratitud
a los donantes o a la memoria de los testadores” y a exponer “los motivos en
que se funde para no aceptarlos, si hubiere lugar». Ya antes, en todo caso, en vida incluso de Fernando VII el Museo había sido objeto de donaciones, y Goya uno de los
pintores más favorecidos en ellas. Por otro lado, los Amigos del Museo han sido
colaboradores asiduos en la ardua labor de nuevas adquisiciones a partir de
1980, solos o en colaboración con otras instituciones y empresas.
Iniciativa cívica
Lo nuevo
en esta operación de micromecenazgo, en que se trata de adquirir una obra de
Vouet, pintor del que el Museo tiene otras dos obras, es que se pretende, con
motivo del Bicentenario, una imagen más decididamente democrática. La
adquisición de obras con aportaciones directas de los propios destinatarios del
Museo –cuando la ley de mecenazgo existente es poco atractiva- es una iniciativa
meritoria para lograrlo. Súmate al Museo
seguramente es mejorable, pero en una época en que los recursos han aflojado y
han crecido las asimetrías sociales, este modo de compartir algo, que además es
muy bello, puede ser un signo de esperanza cívica.
Manuel Menor Currás
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