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miércoles, 1 de agosto de 2018

Violencias simbólicas (Manuel Menor)


La violencia –aunque solo sea simbólica- hace daño

En educación, puede estar presente de muchas maneras. El propio sistema educativo, como tal, suele mostrarla bajo represivas formas de desigualdad.


En democracia, además, el diálogo ha de contemplar la sabia racionalidad para atender –entre todos- a los problemas que afectan a todos. Un carácter que no tienen, sin embargo, las sugerencias y razonamientos basados en imposiciones ominosas del pasado, privilegiadas posiciones de prepotencia o elucubraciones a partir de universales solo sostenibles desde  prejuicios amparados en supuesta superioridad de género, de  grupo o de otra índole cultural, social o económica. Es indudable, pese a ello, que cualquiera de estas especies –o todas juntas a veces-  tiene gran número de fieles adeptos. En la historia humana siempre ha habido  amigos de no pensar por sí mismos, partidarios de tener siempre razón y devotos de que obediencia y pensamiento sean inseparables de cuanto ellos dictan a los demás.

¿Liberar?
Con esto tiene que ver la educación al tratar, en definitiva, de liberar las mentes y ayudar a que crezca la responsabilidad personal ante lo que acontece, o al querer, más bien, someter, controlar y reprimir cuanto no siga pautas preestablecidas. Y a eso remiten igualmente, de modo más o menos consciente, las organizaciones y partidos que -con diferencias notables- quieren influir en las decisiones que regulan las conductas comunes. Nada que objetar al respecto, salvo que no todas las posiciones tienen idéntica coherencia. Que, por ejemplo, al hablar de unas u otras asignaturas del currículo escolar y del peso que tengan en el cómputo de las evaluaciones de cada nivel educativo o que, al plantear las formas organizativas de las aulas, del propio sistema escolar y sus componentes actuales -privada, concertada y pública-, se suscite un revuelo, tiene su lógica. Pero también ha de entrar en la conversación lo desfasado y poco sensato que esté siendo frente a las urgencias cognitivas y actitudinales que debiera atender en el presente. Que se hubieran generado muchos beneficiados bajo el descuido oficial puede ser el motivo de que no se tenga en cuenta. Pero conocer los despropósitos y privilegios generados en ese caldo de cultivo hará más inteligible la retahíla de problemas contradictorios que genera en segmentos sociales muy amplios: desatención a la infancia, abandono escolar, fracaso…. ¿A quién perjudica una “ética de Estado”, que trate de erradicar tanta disfuncionalidad de gasto educativo y, de paso, la manipulación de la ignorancia?

¿Reprimir?
Igual sucede en cuestiones de género, cuando mencionar sus determinaciones en la vida de muchas mujeres –no digamos al hablar de LGTB-, suscita fuertes pugnas retardatarias. Bajo un tratamiento de “ideología” despectivo, pensar de modo contrario a los análisis del feminismo o la sociología crítica sería la santa verdad natural e inamovible. De nada vale en estos casos que, en la conflictiva realidad, los cómputos estadísticos sean tercos y llevemos este año 30 mujeres asesinadas violentamente a las que podrían sumarse otras 20 en la desgraciada lista. Añádanseles los miles de casos de odio que, desde 1992 en que se lleva registro, han venido aconteciendo y se verá mejor si, cuando se tocan estos asuntos –lo mismo que cuando de educar en valores cívicos compartidos por todos nuestros escolares-, se está hablando de algo secundariamente epidérmico o no debiéramos dejar de lado tanto prejuicio y parcialidad como se esgrime cuando se quiere estar en permanente rueda de prensa… En la convivencia humana –y más en tiempo vacacional- todo es más armonioso cuando cesa la violencia simbólica. Entre adultos, se corrompe gravemente con la mentira ocupada en agitar banderitas en vez de afrontar responsabilidades.
   
Manuel Menor Currás
Madrid, 29.07.2018

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