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lunes, 1 de enero de 2018

¿Año nuevo? (Manuel Menor)

Manuel Menor nos envía su último artículo:

2018 puede no ser un año nuevo, sino repetición de un  tiempo educador trasnochado

Las líneas rojas del posible pacto educativo pueden dejar  el panorama político en una continuidad desubicada, alérgica a la extensión exigente de la democracia educativa.

 Merkel acaba de terminar el año reclamando conciencia sobre lo que une más profundamente a sus conciudadanos, anteponer lo común y esforzarse en el respeto mutuo de los unos con los otros: “estar atentos, escuchar de verdad y ser comprensivos”. Necesidades de todos y desafíos de futuro han de estar presentes conjuntamente –dijo la canciller alemana- para lograr un gobierno estable para Alemania. Como programa, no está mal para tratar de encontrar lazos con que superar la estrecha posición en que la han dejado las últimas elecciones.

Sentimentalismo e irracionalidad
Aquí estamos más bien en “tiempo de tregua” después del 21-D, pero  sin que las trampas con el solitario puedan sostenerse por mucho tiempo. Mientras los catalanes –especialmente su empresariado- trata de acomodarse al nuevo escenario de la hegemonía de Ciudadanos, PP y Convergencia, los dos partidos más corruptos de España como anota Gregorio Morán, siguen apelando a la sentimentalidad y al irracionalismo sin dar crédito a lo ocurrido.

Mal síntoma para un momento en que la política -con mayúscula y con minúscula- necesita más que nunca de  reflexión a partir de la realidad y no de subterfugios para, en nombre de esencialismos de diverso pelaje, seguir mangoneando las Administraciones en beneficio de intereses ajenos a los que corresponde defender: los derechos y libertades de los ciudadanos. Parece que todo les fueran problemas, insolubles por “congénita deficiencia política”.

El esquizofrénico pacto
El equivalente de esta esquizofrenia que amenaza con prolongarse en 2018 puede verse en el panorama que ha tejido Méndez de Vigo para el nuevo año a cuenta de un supuesto nuevo pacto educativo. Lo de “nuevo” es un decir, porque de hacer caso al rastro documental dejado tras la elaboración del artículo 27 para la Constitución de 1978, lo que más bien se encuentra de año en año, y reforma tras contrarreforma alternante desde la LOCE de UCD en 1980 hasta la LOMCE  de 2013 –todavía plenamente vigente para el presente curso-, es que aquel inicial consenso genérico, que no pacto, sigue siendo en el presente fuente de desacuerdos continuos, pese a la demostrada voluntad de algunos actores principales en este trayecto de intentar modificar esta soterrada “guerra escolar”. Así  se llamó antaño a las desavenencias  que venían produciéndose en este terreno desde las Cortes de Cádiz en 1812, como testimonió José María Blanco White muy pronto, desde su exilio en Londres.

Entre los documentos internos de trabajo que se han facilitado a quienes han pasado por la Subcomisión parlamentaria en el transcurso del año que termina, hay un índice de 15 bloques temáticos. Más o menos equivalen a los que tiene cualquiera de las ocho leyes orgánicas que, en los 40 años últimos, han tratado de interpretar –de modo muy contrario en cuestiones principales- la particular versión de cada partido político gobernante acerca del modo de cumplir con los dos principales derechos recogidos en el artículo 27 de la Constitución: la universalización y la libertad educativas. Terminados los trabajos previos de comparecencias, cuando ya estaba bien de oír opiniones contradictorias, acordes con los intereses contrapuestos que unos y otros dijeron defender siempre “por una mejor educación”, esta segunda etapa en que los principales grupos políticos parecen haber asumido el proponer un texto consensuado, el ministro parece arrogarse el privilegio de que si le dan todo bien apañadito y sin demasiadas distorsiones respecto a lo que  tiene establecido el PP, muy bien. De este modo, ya le dan prácticamente las bases de una nueva ley orgánica y, como  aconteciera con la LOMCE de Wert, le bastará pasearla por el Congreso en olor de multitudes, como si tuviera la mayoría absoluta de 2013. Todo muy fino y aparente.

Las líneas rojas
El problema es que existen líneas rojas, capaces de teñir –o desteñir, según se mire- el satinado diplomático e impoluto de esos bloques temáticos. Por si acaso, los medios afines al Gobierno –de manera entreverada con lo que la Conferencia Episcopal desea- ya han adelantado que hay tres cuestiones problemáticas, susceptibles de quedar fuera de los acuerdos precisos. En primer lugar, la financiación, asunto principalísimo en la definición del valor que cabe conceder a educación con una política de decisiones concretas, sin caer en grandilocuencias vacuas. En segundo lugar, las relaciones entre enseñanza privada y pública –un contencioso que viene de la etapa de la Restauración canovista y su ministro Manuel Orovio, sin que haya encontrado más que parches que pronto resultan extraños a la idea democrática original de una enseñanza común para todos los ciudadanos de cuyo derecho el Estado sea garante responsable. Y en tercer lugar, el asunto de la Religión en el sistema educativo que, en el caso español, está muy enzarzado con la propiedad del 60% de los colegios privados y concertados y, además, supone una constante mediatización tergiversadora  de la libertad de conocimiento y de la igualdad de trato: dos libertades previas a las de una coherente libertad de conciencia y religiosa.

En los últimos tiempos -desde octubre por más señas- a Rajoy le están creciendo los enanos en su entorno: las cosas de comer de muchos que han vivido de la Administración como si fuera suya han empezado a correr serio peligro. En los inicios de 2018 ni es deseable una prolongación de provisionalidad la situación existente en el sistema educativo español ni, menos, que quiera buscársele un nuevo apaño a la irracionalidad y sentimentalismo nostálgico de un pasado que nunca fue lo que muchos se han empeñado en que pareciera que era.

¿2018 será 2018?
En esto de la educación, ya han pasado más de ochenta años desde que la legislación de aquellos aciagos años estableciera una determinada uniformidad, que no igualdad, con exclusión depuradora de todo lo demás. Es de suponer que tal vez a Méndez de Vigo no le plazca, pero ni a todos los suyos les perecerá ya pertinente  sostener lo insostenible como no sea para seguir en un pasado en que perder credibilidad con una irracionalidad trasnochada. Como les ha pasado en Cataluña. Tampoco iríamos a ninguna parte –más bien al desastre generalizado- si, como tantas otras veces en nuestro propio pasado educador dejamos lo importante al albur de lo urgente para acomodarnos en una modalidad más de improvisación desatinada e impropia..

Manuel Menor Currás

Madrid, 31.12.2017

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