2018 puede no ser un año
nuevo, sino repetición de un tiempo
educador trasnochado
Las líneas rojas del
posible pacto educativo pueden dejar el
panorama político en una continuidad desubicada, alérgica a la extensión
exigente de la democracia educativa.
Merkel acaba de terminar el
año reclamando conciencia sobre lo que une más profundamente a sus
conciudadanos, anteponer lo común y esforzarse en el respeto mutuo de los unos
con los otros: “estar atentos, escuchar de verdad y ser comprensivos”. Necesidades
de todos y desafíos de futuro han de estar presentes conjuntamente –dijo la
canciller alemana- para lograr un gobierno estable para Alemania. Como programa, no está mal para tratar
de encontrar lazos con que superar la estrecha posición en que la han dejado
las últimas elecciones.
Sentimentalismo e
irracionalidad
Aquí estamos más bien en “tiempo de tregua” después del 21-D,
pero sin que las trampas con el
solitario puedan sostenerse por mucho tiempo. Mientras los catalanes
–especialmente su empresariado- trata de acomodarse al nuevo escenario de la
hegemonía de Ciudadanos, PP y Convergencia, los dos partidos más corruptos de
España como anota Gregorio Morán, siguen apelando a la sentimentalidad y al
irracionalismo sin dar crédito a lo ocurrido.
Mal síntoma para un momento en que la política -con mayúscula y
con minúscula- necesita más que nunca de
reflexión a partir de la realidad y no de subterfugios para, en nombre
de esencialismos de diverso pelaje, seguir mangoneando las Administraciones en
beneficio de intereses ajenos a los que corresponde defender: los derechos y
libertades de los ciudadanos. Parece que todo les fueran problemas, insolubles
por “congénita deficiencia política”.
El esquizofrénico pacto
El equivalente de esta esquizofrenia que amenaza con prolongarse
en 2018 puede verse en el panorama que ha tejido Méndez de Vigo para el nuevo
año a cuenta de un supuesto nuevo pacto educativo. Lo de “nuevo” es un decir,
porque de hacer caso al rastro documental dejado tras la elaboración del
artículo 27 para la Constitución de 1978, lo que más bien se encuentra de año
en año, y reforma tras contrarreforma alternante desde la LOCE de UCD en 1980
hasta la LOMCE de 2013 –todavía
plenamente vigente para el presente curso-, es que aquel inicial consenso genérico,
que no pacto, sigue siendo en el presente fuente de desacuerdos continuos, pese
a la demostrada voluntad de algunos actores principales en este trayecto de
intentar modificar esta soterrada “guerra escolar”. Así se llamó antaño a las desavenencias que venían produciéndose en este terreno
desde las Cortes de Cádiz en 1812, como testimonió José María Blanco White muy pronto, desde su exilio en Londres.
Entre los documentos internos de trabajo que se han facilitado a
quienes han pasado por la Subcomisión parlamentaria en el transcurso del año
que termina, hay un índice de 15 bloques temáticos. Más o menos equivalen a los
que tiene cualquiera de las ocho leyes orgánicas que, en los 40 años últimos,
han tratado de interpretar –de modo muy contrario en cuestiones principales- la
particular versión de cada partido político gobernante acerca del modo de
cumplir con los dos principales derechos recogidos en el artículo 27 de la
Constitución: la universalización y la libertad educativas. Terminados los
trabajos previos de comparecencias, cuando ya estaba bien de oír opiniones
contradictorias, acordes con los intereses contrapuestos que unos y otros
dijeron defender siempre “por una mejor educación”, esta segunda etapa en que
los principales grupos políticos parecen haber asumido el proponer un texto
consensuado, el ministro parece arrogarse el privilegio de que si le dan todo
bien apañadito y sin demasiadas distorsiones respecto a lo que tiene establecido el PP, muy bien. De este
modo, ya le dan prácticamente las bases de una nueva ley orgánica y, como aconteciera con la LOMCE de Wert, le bastará
pasearla por el Congreso en olor de multitudes, como si tuviera la mayoría
absoluta de 2013. Todo muy fino y aparente.
Las líneas rojas
El problema es que existen líneas rojas, capaces de teñir –o
desteñir, según se mire- el satinado diplomático e impoluto de esos bloques
temáticos. Por si acaso, los medios afines al Gobierno –de manera entreverada
con lo que la Conferencia Episcopal desea- ya han adelantado que hay tres
cuestiones problemáticas, susceptibles de quedar fuera de los acuerdos
precisos. En primer lugar, la financiación, asunto principalísimo en la
definición del valor que cabe conceder a educación con una política de
decisiones concretas, sin caer en grandilocuencias vacuas. En segundo lugar, las
relaciones entre enseñanza privada y pública –un contencioso que viene de la
etapa de la Restauración canovista y su ministro Manuel Orovio, sin que haya encontrado
más que parches que pronto resultan extraños a la idea democrática original de
una enseñanza común para todos los ciudadanos de cuyo derecho el Estado sea
garante responsable. Y en tercer lugar, el asunto de la Religión en el sistema
educativo que, en el caso español, está muy enzarzado con la propiedad del 60%
de los colegios privados y concertados y, además, supone una constante
mediatización tergiversadora de la
libertad de conocimiento y de la igualdad de trato: dos libertades previas a
las de una coherente libertad de conciencia y religiosa.
En los últimos tiempos -desde octubre por más señas- a Rajoy le están creciendo los enanos en su entorno:
las cosas de comer de muchos que han vivido de la Administración como si fuera
suya han empezado a correr serio peligro. En los inicios de 2018 ni es deseable
una prolongación de provisionalidad la situación existente en el sistema
educativo español ni, menos, que quiera buscársele un nuevo apaño a la
irracionalidad y sentimentalismo nostálgico de un pasado que nunca fue lo que
muchos se han empeñado en que pareciera que era.
¿2018 será 2018?
En esto de la educación, ya han pasado más de ochenta años desde
que la legislación de aquellos aciagos años estableciera una determinada
uniformidad, que no igualdad, con exclusión depuradora de todo lo demás. Es de
suponer que tal vez a Méndez de Vigo no le plazca, pero ni a todos los suyos
les perecerá ya pertinente sostener lo
insostenible como no sea para seguir en un pasado en que perder credibilidad
con una irracionalidad trasnochada. Como les ha pasado en Cataluña. Tampoco
iríamos a ninguna parte –más bien al desastre generalizado- si, como tantas
otras veces en nuestro propio pasado educador dejamos lo importante al albur de
lo urgente para acomodarnos en una modalidad más de improvisación desatinada e
impropia..
Manuel Menor Currás
Madrid, 31.12.2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario