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lunes, 19 de junio de 2017

Fraternidad (Manuel Menor)

Manuel Menor nos envía esta entrevista que ha publicado en te-feccoo.es

“Fraternidad es que quienes tienen mejor posición social y los que tienen menos compartan el máximo de espacio público posible”
ÁNGEL PUYOL GONZÁLEZ enseña Ética y Filosofía política en la Universidad Autónoma de Barcelona. Acaba de publicar “El derecho a la fraternidad”, complemento de su interés por los otros dos emblemas de la Revolución Francesa: la igualdad y la libertad. La exigente interrelación que los tres deben tener en las normas que rigen la vida pública de los ciudadanos -principalmente en Educación o Sanidad- se reiteran en su abundante bibliografía, donde también figura el interés por la Bioética o que se conozca a John Rawls y su “Teoría de la Justicia”.
 Manuel Menor
Profesor de Historia

REPENSAR la realidad social que tenemos, y la que en particular tiene el sistema educativo, requiere acudir a los principios éticos y políticos sobre los que se asienta. Puyol plantea retomar la fraternidad, un concepto tergiversado u ocultado, más invocado que practicado. El sentido que tuvo en los inicios de la Revolución francesa de 1789, más reivindicativo que los de “filía”, “caridad”, “beneficencia” e, incluso, “solidaridad”, todavía genera razones para suplir lo que los principios de “libertad” e “igualdad” dejan incompleto.

En su libro sobre el Derecho a la Fraternidad, la educación aparece, en 1791, entre los primeros desarrollos jurídicos de la Revolución Francesa. Napoleón la reforzaría en 1815…, y quedarían asuntos pendientes.

Hay muchos debates en esa secuencia. Lo que triunfa en los textos de la Revolución es universalizar la educación y volverla gratuita. Eso persiste hoy y es el primer logro republicano. Con Napoleón, sus intereses no eran los republicanos, sino el Imperio. Necesita muchos soldados bien preparados, con instrucción y educación, e inventa “el principio de igualdad de oportunidades”. Como expliqué en otro libro, es “un sueño” que aplicó para motivar: el ejército había sido una reserva aristocrática y él quería un ejército imperial. Para que miles de franceses le siguieran, les prometió algo nuevo: “En la mochila de cada soldado raso francés, está guardada la medalla o insignia de un futuro general”. Cualquier soldado raso, si se enrolaba y hacía lo que debía, podría ser general de su ejército. Así nació la “igualdad de oportunidades”. Después se trasladó a la Educación y a otras instituciones.
Tiene muchas ventajas, pero tiene un defecto fundamental: no sirve para la igualdad social. Solo sirve para cambiar un tipo de selección social por otro. Antes, era por sangre, nacimiento, la arbitrariedad del rey o razones poco justificables; con “la igualdad de oportunidades”, la selección social será por talento. Cualquier persona puede nacer con él y, si se esfuerza en cultivarlo, la unión de ambas cosas hace que la justificación moral de la igualdad de oportunidades sea perfecta. Pero lo que hace, en realidad, es selección social. Al final, puede persistir la misma desigualdad de antes, solo que ahora justificada de modo diferente. Por eso, este “principio de igualdad de oportunidades”, solo y sin cuidar la fraternidad ni la igualdad de resultados, no funciona: es injusto.
¿Qué igualdad de resultados?
No la de que todos vamos a la universidad, todos vivimos con los mismos metros cuadrados… No. Pero sí que hay que buscar igualdad de resultados en determinados logros sociales. Por ejemplo, la manera de medir la verdadera igualdad de oportunidades en la educación es si la movilidad social es perfecta; que sea verdad que el hijo de un pobre puede tener las mismas probabilidades de subir en la escala social que el hijo de un rico para bajar. En salud, esa igualdad se mide con la esperanza de vida: si los determinantes sociales de la salud fuesen los mismos para todos los españoles, entonces su derecho a la salud sería perfecto.

Y en Madrid existe una “diagonal madrileña”…
Conozco datos similares de Barcelona. Los epidemiólogos lo tienen muy estudiado: entre el barrio de Sarrià-Sant Gervasi y el barrio de Torre Baró hay 11 años de diferencia y desigualdad en mortalidad. El pobre de Torre Baró muere de lo mismo que el rico de Sarriá. Básicamente, de un ataque al corazón, de Alzheimer o de enfermedades pulmonares: las causas de muerte son las mismas. La diferencia es la edad: en Sarriá viven 11 años más.
Con lo cual, el sistema sanitario público, por muy excelente que sea -en caso de que no hubiese recortes y estuviese perfectamente financiado-, aun así no podría evitar eso. Porque lo que hace el sistema sanitario público es que, cuando llegas, te intenta salvar; pero el problema es que los pobres llegan 11 años antes y no es culpa del sistema sanitario, sino del sistema social. Por eso, aunque se diga que igualdad de oportunidades en salud es que la Sanidad sea universal y gratuita, no basta. Igualdad de oportunidades en la salud es que sea verdad la igualdad de resultados en esperanza de vida: así es cómo se comprueba su igualdad.
En Educación, ¿cómo se comprobaría?
Es más complicado. Puedo darte la respuesta teórica, pero en Educación es muy difícil que todos los individuos logren la máxima formación posible en función de sus capacidades naturales, porque capacidad natural y aprendizaje social -la parte cultural- están muy mezclados. Un filósofo norteamericano, James Fishkin, habla del “trilema de la igualdad de oportunidades”. Dice que está condenada a una contradicción: querer respetar tres principios sin poder; solo puede respetar dos, los tres es imposible. Primer principio: que las oportunidades sociales no estén predeterminadas por nacimiento. Segundo principio: el mérito personal; respetar a quien más se esfuerza y que tenga un premio diferente. Y tercer principio: la autonomía de la familia.
Lograr los tres principios al mismo tiempo es imposible. Si respetas que no se pueda predeterminar el destino social del individuo desde que nace, y respetas el principio del mérito, tienes que abolir la familia, principal causa de desigualdad social en cosas imposibles de controlar y que no queremos controlar. Sabemos, por ejemplo, que en el lenguaje que los padres transmiten a sus hijos de 0 a 3 años es mucha la diferencia entre un lenguaje rico, con 10.000 palabras, elaborado, de una familia con estudios, a un lenguaje pobre, apegado a lo concreto -que casi no emplea expresiones abstractas-, de escasas 800 palabras. El cerebro de este niño -se han hecho estudios de gemelos que se separan para ir a familias diferenciadas- ya no es el mismo a los cuatro años. Y solo podría evitarse aboliendo la familia: me llevo al niño. Platón era de esa opinión; y los kibutzs judíos eso hacían; igual que la Rusia soviética y otras iniciativas, incluso religiosas… Pero nadie lo quiere.
Hay otras dos posibilidades: mantengamos la familia y no predeterminar el destino al nacer. Hay, entonces, que eliminar el principio del mérito: todos sacamos un 10. En algunas tesis doctorales, la discusión sobre la nota final del candidato suele girar en torno a que, si “todo el mundo saca sobresaliente en las tesis”, no deben calificarse menos; como si fuera poco “progresista” defender que una tesis no es tan buena como otras. O sea, que si se elimina el principio del mérito, solo importa el espíritu funcionarial de “todos en igualdad”, del que tanto se abusa cuando cuentan más los quinquenios que el talento… Bueno, pues si respetamos el mérito y la familia, entonces hay que respetar también la predestinación social. ¡Vaya! Pero no todo son malas noticias. La buena es que si complementamos la igualdad de oportunidades con otros principios, como el de la fraternidad política, la cosa se suaviza mucho. Porque, sola, la igualdad de oportunidades no consigue su propósito.
No obstante, ha servido de gran justificante político discrecional, igual que la “benéfica acción social” en las Cajas de Ahorro y muchas empresas.
En EEUU, funciona igual. Es el país del mundo más benefactor, pero el 95% de tales recursos va destinado a los ricos: a universidades, iglesias y asociaciones diversas, todas ricas. Esa benéfica atención americana a los más pobres es incluso peor que en los otros países: es filántropo el que da todos los años a Harvard…

Y el caritativo o benefactor puede demostrar mejor su diferencia social.
Ese discurso liberal se está volviendo a imponer, incluso a la hora de interpretar “la solidaridad”. Asociada a un derecho social, la solidaridad dice: “si tú lo estás pasando mal, los demás tienen que ayudarte por solidaridad”. Pero ahora se ha introducido un cambio muy significativo: “los demás tienen que ayudarte si te lo mereces”. O sea, “te vamos a pagar una subvención, pero que yo vea cómo la usas. Te estoy vigilando todo el día. ¡Eh! te estás tomando un helado, no estás trabajando…, te la retiro”…
Las “visitadoras de pobres” clasificaban a los pobres en buenos y malos, dóciles y menos dóciles, más meritorios o no…
Pero entonces no es un derecho social, sino un modo de control social. Hoy en día no tiene sentido. Cuando Artur Mas llegó al poder en Cataluña -ahora está echado a un lado-, unos meses antes había habido mucha información en la prensa de derechas contra los beneficiarios del PIRMI. Esa renta mínima de inserción andaba por los cuatrocientos y pico euros y, según decían, “había abusos”: cobraban esa prestación y entraban en el mercado negro o no querían trabajar; muchos gitanos la cobraban y se iban a vender baratijas. Bueno: una campaña contra los abusos del PIRMI tremenda. Y lo primero que hizo Artur Más fue: “Vamos a limitar el PIRMI. Se lo daremos a los que se lo merezcan”. El discurso de la oposición era: “¿Y los banqueros no abusan de nosotros?…, ¿cuándo vamos a ir a por ellos?”.
Los/las gentes de buena conciencia han promovido mucho las ligas de buenas costumbres
Bueno, sería un asunto particular, más bien de otra época, pero la cuestión es querer convertir eso en un hecho público; que repartas subvenciones o -imagínate- jubilaciones, en función de si se ha sido bueno o malo, si se ha trabajado bien o mal… Ya verás como pronto viene esto también. De momento, se intenta no tocar, pero ya verás… Como muchos parados y pobres no votan, es más fácil exigirles a ellos certificados de buena conducta social, de no abusar de los solidarios -como si el protagonista de la solidaridad fuese el solidario y no el receptor-. Con la cantidad de parados que no votan…
En estas actitudes también hay predeterminaciones. No es fortuito que casi el 35% de los críos españoles vaya a colegios de donde suele salir la gente que manda y que las carencias de la Educación pública en los presupuestos generales del Estado sean reiterativas…
Esto me sugiere cuestiones paralelas de gran interés. ¿Por qué la concertada puede separar a los niños de las niñas?¿Con qué permiso? Eso es lo primero que hay que preguntarse… No es un tema menor, aunque lo parezca. Después: ¿por qué la concertada puede seleccionar a los estudiantes? ¿Con qué criterio? ¿Por qué puede decir: esos estudiantes no entran en mi colegio, si es con dinero público con lo que se les está pagando?
No toda la responsabilidad está en la Administración del Estado; las personas también somos responsables. Ahora, en Barcelona se está produciendo un hecho muy curioso. Con la crisis, la clase media está perdiendo poder adquisitivo y entre las cosas que deja de hacer está el pagar la matrícula de la concertada; abandonan esos colegios y se están yendo a los públicos. Pero son clase media que estaba en la concertada y buscaba distinción social; llegan a lo público y dicen: “¡Huy, aquí hay mucho emigrante! Vamos a sacarlos de aquí”. De manera que la clase media se está apoderando de los colegios públicos a los que iban emigrantes y los está desplazando a guetos. Con lo cual, la desigualdad se hace perversa y no es un movimiento político: es un movimiento ciudadano. Hay movimientos ciudadanos que no son ejemplarizantes. Este es uno donde la perversidad entre público y privado en educación es grande.
No sólo hay intereses individuales o de grupo. En Madrid, muchos costes, como el de los uniformes, por ejemplo, son desgravables…
Si llevas el niño a un colegio privado te desgravas, seguro… En Cataluña también hay muchísima concertada. El argumento allí, cínico pero realista, es: “Muy bien; si el año que viene eliminamos todos los colegios concertados, no hay suficientes colegios públicos para atender a toda la demanda. Luego, tenemos que seguir como estamos”.
¿Este argumento económico no tiene posible corrección?
Así como con los hospitales España ha hecho una inversión en que haya atención sanitaria pública para todos, en educación no lo ha hecho.
Con gran habilidad política se podría corregir si, en vez de recortar, vas aumentando y yendo a que todo fuera público en un período de transición. Los sueldos de la concertada ya los paga el Estado. Además, en nuestro entorno tenemos ejemplos claros como el de Finlandia, por ejemplo, donde la gente no parece necesitar la privada. Incluso los que quieren distinguirse socialmente no utilizan los colegios para ello. Hacen otras cosas: se compran, por ejemplo, un coche más grande… ¿Quieres distinguirte de tu vecino? Cómprate un coche más grande; no utilices a nuestros hijos para distinguirte socialmente, porque eso es injusto. Lo del coche grande es una inmoralidad, pero utilizar a los hijos es injusto.
Según su libro, en vez de una fraternidad sentimental, hay que ir a una fraternidad jurídica. ¿Qué implicaría?
La fraternidad en el terreno jurídico significa dos cosas: una, que creo la más importante, es que no tiene que haber un artículo que diga que ahora seremos todos fraternos. Pero sí que sea fundamento de derecho: cuando se elabora y piensa el derecho, si se tiene en cuenta, la idea política de fraternidad se implica en muchos asuntos. Porque sí que se pueden hacer leyes muy concretas basadas en la fraternidad: todas aquellas leyes que van encaminadas a eliminar, o a rectificar cuando se producen, los abusos de poder y el abandono del más débil.
Esto lo podemos ver en todo tipo de leyes y en el Código Civil. Cuando un matrimonio se separa y se dice quién tiene que pagar qué a los hijos y en función de qué, si el objetivo es que nadie abuse -que el que tiene más no abuse del que tiene menos: normalmente el hombre respecto a la mujer-, ahí está la fraternidad política. No hace falta que la nombres, pero la estás introduciendo. Cuando se dice que el banquero no tiene que aprovecharse de su información y formación privilegiada para poner en letra pequeña cosas que la gente de ordinario no tiene por qué entender, pero en que es fácil engañarla, al prohibirse eso y decirse que aunque se firme se invalidará -porque ahí hay un abuso-, eso es fraternidad también. Allí donde queremos evitar el abuso de poder hay fraternidad. No hace falta hacer una lista de temas. Pero si tienes in mente ese objetivo, estás pensando desde la fraternidad.

Desde la fraternidad, ¿qué mejoraría en el sistema educativo?
La respuesta más fácil, y probablemente la más utópica, es fortalecer el sistema público. No solamente revertir los recortes, sino dotar a la pública de muchos más medios para que sea el sistema hegemónico en este país contra la privada y la concertada. La concertada debería desaparecer. Y la privada tiene que ser para aquellas familias que quieran una educación que, en cuanto a valores y cultura, quede un poco al margen. Por ejemplo, si dices: “No, yo quiero llevar a mi hijo a un colegio de élite donde hacen una cosa muy específica que no tiene por qué hacer todo el mundo” -montar a caballo, por ejemplo-, que lo hagan. Pero la educación hegemónica tiene que ser pública y para todo el mundo. De ella tienen que salir los campesinos, los obreros, los directores generales y los grandes ejecutivos: el grueso de la ciudadanía tiene que salir de la escuela pública. Esa sería la mejor manera de fraternidad en el sistema educativo.
Y se generaría una moral colectiva…. ¿no?

Es que una parte de la fraternidad consiste en que nos encontremos todos los ciudadanos en los mismos espacios públicos. Porque, si vamos ensanchando la brecha de la desigualdad, las personas ya no se encuentran en el espacio público. Los ricos van en taxi, los pobres en autobús o en metro; los ricos van a escuelas privadas, los pobres a las públicas; los ricos hacen deporte en clubs privados, los pobres en clubs públicos…, y los hospitales de ricos son inaccesibles a los pobres. Al final, el rico y el pobre solo se encuentran cuando el rico contrata al pobre para que le sirva la mesa. Eso es un nido de todo lo contrario a lo que es la fraternidad, para todo: la reforma laboral y otros desencuentros. La fraternidad es que aquellos que tienen mejor posición social y los que tienen menos compartan el máximo de espacio público posible, porque eso es lo que les iguala y eso lo que les permite mirarse a los ojos como iguales.

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