La OCDE no cesa de
indicarnos el camino a seguir en políticas educativas. El verano transcurre
rápidamente y el anuncio de recortes continúa, dentro de la ortodoxia de inseguridad
social.
Para que no nos
olvidemos de lo que hay que hacer, por más que
hubiera entrado el verano la OCDE no ha dejado de alertarnos estos últimos días
de dos asuntos importantes para el sistema educativo que desea ver implantado
en nuestro país. Por un lado, dejaba
constancia, a través de la Fundación Conocimiento y Desarrollo del bajo nivel
de nuestros estudiantes universitarios. (http://www.fundacioncyd.org/images/informeCyd/2013/Cap0_ICYD2013.pdf).
Por otro, añadía unos días después que, en lo que a emprendimiento se refiere
y asuntos tan concretos como la lectura de facturas, tarjetas y gastos,
nuestros adolescentes dejaban mucho que desear: uno de cada seis estaba muy pez
en estas rutinas (Ver: http://www.noticiasdenavarra.com,
10/07/2014: sociedad).
Es decir, que eran bastante
analfabetos para las exigencias de la vida diaria.
Acerca de la Universidad,
la OCDE
manifestaba a través de su secretario, Ángel Gurría, que los alumnos de
Secundaria japoneses tenían el mismo nivel de un licenciado español. Algunos
medios añadían que, no sólo la formación universitaria española distaba mucho
de alcanzar la de otros países, sino que, de los 220.000 estudiantes que cada
año se graduaban en España, pocos lograban cumplir sus expectativas laborales.
Tan sólo uno de cada tres –según la Fundación CYD (Ver: http://www.elmundo.es/espana/2014/07/07/53ba94f4e2704ec1118b457a.html)- estaba trabajando en algo acorde con
sus estudios. Poco más hizo cada medio al traducir al público este informe
salvo destacar algún otro dato de interés complementario, como el del
diferencial que, en España, existe a la hora de encontrar empleo: el paro entre
los titulados universitarios afectaría a un 15,77%, mientras que entre quienes
fracasan con la ESO sobrepasaría el 43%. Una vez más conviene no olvidar, a la
hora de leer tales datos, el punto de vista de quien hace la investigación,
para qué y para quién. Y asimismo también conviene no perder de vista tampoco
el papel de los medios de comunicación, sometido igualmente a intereses y
oportunismos particulares. Reconozcamos que no es fácil ni seguramente posible
la “neutralidad”, pero que en situaciones de este tipo es donde se define de
qué lado se juega.
El criterio de la
empleabilidad de los estudios universitarios fue,
en todo caso, el más destacado por los medios, entre las múltiples cuestiones
que pudieron haber deducido del amplio informe de 113 páginas. Se entiende
mejor si se advierte la composición de los patronos de la Fundación que ha
patrocinado este estudio, los grandes del IBEX-35, comandados por la familia
Botín (Ver: páginas iniciales del CYD). Mejor se entiende así, igualmente, que
el ministro Wert enseguida aprovechara la ocasión para hablar de la “insostenibilidad”
del sistema mientras soslayaba la disminución de medios, personal y recursos
que, en estos años últimos ha ido convirtiéndose en marca de su gestión al
frente de la educación española. Había
que hablar de rentabilidad económica y para ello hacía referencia a los costes,
con la actual dificultad de asumirlos. Insistir en la baja empleabilidad era
acentuar una de las debilidades de nuestra Universidad ahondando en sus
problemas y facilitar de paso sus servidumbres a los propios patrocinadores del
estudio. En ese contexto, lo extraño sería mentar muchas contribuciones de la
Universidad española a la sociedad, especialmente desde la Transición o que, en
España –como ya mostraban diversas encuestas del INJUVE en los ochenta- más del
50% de los primeros empleos tenían que ver con relaciones familiares más que
con estudios realizados. Es curioso que, sólo de pasada, se mencionara la menor
incidencia en el paro de estos licenciados, o que nada se dijera de que, si la gente ha querido que sus hijos fueran a
la Universidad, tenían en la cabeza múltiples razones, de prestigio social entre otras cosas, por la
dificultosa historia de la formación profesional. De la contribución que los
estudiantes universitarios han hecho a los cambios modernizadores de España,
tampoco nada se dijo, ni menos se mencionó la escasa necesidad de nuestro
sistema productivo de profesionales bien preparados. Asunto contradictorio.
Pero cargar exclusivamente contra la Universidad, como si de un despilfarro
estructural se tratara, también venía a ignorar los grandes beneficios que ha traído
la relativa facilidad de acceso que han tenido hasta ahora sus estudios. Ha
dejado en entredicho la difícil “sociedad del conocimiento” de que tanto
alardean en otras ocasiones. Fustiga, como una gran trola, aquello tan
socorrido de que las últimas generaciones son “las mejor preparadas” de nuestra
historia y olvida intencionadamente que una de nuestras mejores contribuciones
actuales al mundo es la gran aportación de jóvenes de esta generación para la
que no tenemos trabajo. Y, sobre todo, parece consolidar la idea de que, en
esta España de ahora mismo –contra lo que ha sido el criterio de muchísimas
familias, que se sacrificaron para que sus hijos se metieran en estudios de
este nivel y gran expectativa de ascenso social- sólo cabe que la inmensa
mayoría de la población se mantenga en un nivel de baja cualificación, con
bajos salarios, precariedad y desasistencia jurídica: la pretendida igualdad
del pacto constitucional se reduce a palabrería vacua.
Antes de empezar esta
legislatura, los actuales gobernantes clamaban
por que con ellos vendría la confianza. Ahora, después de haber contribuido
como nadie a desmantelar el sistema educativo y otros que integraban la
protección social de los ciudadanos, hablan de “regeneracionismo”,
“transparencia” y otro gran conjunto de elementos que integrarían una situación
en que todo va bien y camino de estar mejor. Creen que con las grandes cifras –a cuenta de
una brecha social creciente y una pésima situación laboral- pueden sostener la
esperanza. Incluso con el marketing que pretende algún viso de modernidad en
torno al sobado “emprendimiento” desde la escuela, olvidan que es fórmula vieja,
reiterativa de ensueños agostados nada más empezar. En 1880, ya se sugirió como
muy pedagógico –para las clases desfavorecidas, no para las otras- la enseñanza
teórica y práctica del ahorro en la escuela primaria. Más tarde se insistió
sobre ello repetidas veces e, incluso en 1945, se llegaría a imponer como
obligatoria esta disposición. La legislación social y las prestaciones del
estado de bienestar estaban absolutamente en mantillas, pero en la retórica de
la época era la panacea de los problemas que generaba la pobreza. Uno de los
más fervorosos defensores fue Braulio Antón Ramírez, quien emplearía, desde el
Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Madrid, todos sus recursos dialécticos y
políticos para dar consistencia al “ahorro escolar” en España; la Real Academia
de Ciencias Morales y Políticas le dedicó al menos cuatro concursos públicos a
la educación por el ahorro entre 1871 y 1881; y Rufino Blanco le abrió una
entrada a la cuestión en su Bibliografía
pedagógica (“Ahorro escolar”, Madrid, 1907-1910). El propio Antón Ramírez, importador del invento de Laurent en
Bélgica, se desinflaría pronto de su fervor hacia este instrumento educativo,
publicitariamente relevante para las Cajas en su primera etapa de desarrollo,
pero ineficaz para suprimir la “falta de economía” de los excluidos. La causa
principal de su miseria no era cuestión de caridad y beneficencia, ni de mayor
o menor esfuerzo por parte de quienes apenas tenían para comer, según
propugnaba el más clásico economicismo liberal del momento, sino que –como
aseguraría el propio Cánovas del Castillo, después de que Bismarck proclamara
en la Alemania unificada de 1881 un Estado de “seguridad social”- era preciso cambiar la política económica, es
decir, crear un entramado protector para los trabajadores “que los amparara de
todas aquellas eventualidades de que no
pueden defenderse con el salario ni el ahorro
personal” (Ver: Genealogía de un sueño
burgués. El “benéfico” ahorro de los asalariados [1834-1919], Endymion,
2008).
No parece que la
historia sea el fuerte de los responsables
actuales de los asuntos educativos. Desde el gobierno parecen tertulianos a los
que la educación de nuestros hijos les trae al pairo, pero que no se arredran
en su afán adanista. Tampoco les importan mucho los cálculos económicos que
implican sus queridas aventuras
reformadoras ex novo. Si de cada
cinco euros gastados en educación el gobierno sólo gasta 80 céntimos –como
decía hace unos días el consejero canario-, ni así le salen las cuentas. De
tener fe en lo que decía Alfa y Omega el
pasado día diez, lo del Estatuto Docente -que tantas expectativas había
suscitado- no va adelante porque “es, sobre todo, más dinero, y el Gobierno no
puede dar ni un céntimo más, teniendo en cuenta que el presupuesto de la LOMCE
se ha disparado”. Quedaría como herencia para el sucesor de Wert. Añádase, en
todo caso, que, a día de hoy, en los presupuestos del año próximo han de
rebajarse otros 500 millones de euros , que recaerán principalmente, una vez
más, en prestaciones sociales como las de educación. Dejarán todo por los
suelos y a su propia conveniencia de clase selecta al servicio de los ricos de
verdad. ¡Ojo! no son cosas de la canícula. Algo así cabe entender de la
respuesta que el mismísimo Wert tuvo a bien dar a la interpelación que, en sede
parlamentaria le había hecho el portavoz del PSOE en el Congreso, Mario Bedera:
si no quieren apoyar a la LOMCE, “no molesten” (ver: http://www.abc.es/sociedad/20140709/rc-wert-reconoce-reduccion-profesorado-201407091812.html).
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