- Richard Gerver, educador y conferenciante, habla sobre la escuela del mañana mientras recela de los políticos como líderes educativos
- El profesor, famoso por colocar a la escuela de Reino Unido que dirigía entre las mejores del país, insta a los profesores a transgredir "sin esperar permiso"
- "Deberíamos tener en cuenta otros informes además de PISA", asegura. E insiste: "La gente debe ser capaz de crear su propio puesto de trabajo, no esperar a que se lo den"
La fama de Richard Gerver (Londres, 1969) empieza cuando el colegio que comenzó a dirigir pasó en dos años de estar entre el 10% de las peores escuelas del país a encumbrarse entre la élite de 5% de mejores centros. La gente quería conocer su historia. Empezó a dar charlas sobre educación. "Aquello creció, creció y creció", recuerda hoy.
Tanto creció que acabó siendo nombrado mejor ponente mundial de 2011 y ha escrito dos best sellers sobre educación. Ahora dedica su vida a dar conferencias sobre educación, cambio y liderazgo. Ha pasado por Madrid para participar en un Evento Savia SM con profesores, con los que se hizo fotos y firmó autógrafos como una estrella. En su discurso ha instado a los docentes a transgredir y cambiar los sistemas tradicionales de enseñanza "sin esperar permiso, porque no llegará".
¿Por qué no le gusta el examen PISA?
Los sistemas educativos se basan en él. Cada tres años miramos las clasificaciones y tratamos de copiar a quien sea que esté líder. Vamos corriendo a ver qué hacen. Llevamos tres años hablando hasta la saciedad de Finlandia. Ahora, China. ¿Qué hacen es Shanghai? Están huyendo del modelo académico. Sin deberes, menos exámenes, los niños no se separan por habilidades. ¿Y nosotros qué hacemos? Creemos que la manera de asegurar el futuro de nuestros hijos es prepararlos para pasar exámenes.
Pero el informe concibe la educación de una manera que en parte coincide con sus postulados, cuando habla de competencias y habilidades para el mundo frente al modelo académico.
Es el gran reto para nosotros. El informe es muy complicado y detallado, y tiene muchas cosas importantes que decir. Lo malo es que los políticos y la prensa sólo se fijan en las tablas clasificatorias. No rascan más allá de los titulares y miran qué dice el informe. Por ejemplo, la OCDE te dirá que los países que más problemas tienen hoy son los que se han obsesionado con los títulos académicos en vez de enseñar habilidades y competencias. En segundo lugar, que las habilidades cognitivas clásicas que mejor se examinan no son importantes ya para las empresas. Las habilidades más importantes ahora son las interpersonales. Esto está todo en PISA, pero los políticos no hablan de ello. Sólo se interesan en cómo quedamos mejor en la lista.
Y usted mira el informe GEDI (sobre el índice de emprendimiento de los países) como un buen indicador.
Deberíamos tener más en cuenta lo que dicen informes como GEDI. Cuanto más madura está una economía, más depende de la innovación y el emprendimiento. En España, con una tasa de paro juvenil que ronda el 40%, la mayoría de los jóvenes, incluso los de más éxito, van a sacarse el título porque les han dicho que habrá un fantástico puesto de trabajo para ellos al final de ese proceso. Pero no lo hay. Necesitamos que la gente sea capaz de crearse su propio puesto de trabajo en vez de esperar que una gran compañía se lo dé. Tenemos que dejar de crear sistemas educativos que le enseñen al niño cómo tiene que ser mandado y confiar en los demás para enseñar cómo buscarse oportunidades.
Le traslado entonces una pregunta que usted lanza a los docentes en sus conferencias: ¿Cómo educamos a esta generación?
Es que ya se comportan así. Sólo que no se dan cuenta y nosotros no lo valoramos. Debemos celebrar que a su edad saben más del mundo de lo que nosotros nunca supimos. Lo que necesitamos -porque ellos viven en un mundo de información- es desarrollar su pensamiento crítico, ayudarles a cuestionar lo establecido, diferenciar entre realidad y ficción, entre opinión, ayudarles a ser aprendedores independientes y no depender de nosotros. Saben cómo averiguar cosas por sí mismos, colaborar, ayudarse. Necesitamos que desarrollen esto de manera real, organizada, y sean conscientes de ello.
Menciona el pensamiento crítico. No parece que se ejerza mucho hoy en día. ¿Cómo se fomenta?
No soy el mayor experto, pero no se necesita nada enorme. Para mí los procesos de pensamiento crítico más interesantes ocurren en nuestros primeros años de vida. En la guardería, que mucha gente confunde y cree que es sólo asistencial, no educación. Pero se equivocan. Hay profesores muy buenos que, con las actividades adecuadas, dejan que florezca algo tan natural como el pensamiento crítico, porque somos críticos por naturaleza, analizamos y preguntamos. La pregunta entonces no es "qué hacemos para inculcar pensamiento crítico", sino "cómo hacemos para construir este pensamiento con el que ya nacemos y no cargárnoslo".
¿Desde dónde se empieza a diseñar una escuela para el siglo XXI?
Tenemos que dejar de pensar en cómo puede ser el siglo XXI. La realidad es que no lo sabemos. La vida se mueve tan rápido... ¿quién habría sabido hace 20 años cómo íbamos a vivir ahora? Tenemos que preparar a nuestros niños para lidiar con cambios, un futuro incierto, en vez de en certezas. Mi generación fue educada para creer en certezas. Tenemos que preparar a los niños para el cambio. No somos buenos lidiando con el cambio. No nos gustan las incertidumbres, no tener el control. Y eso es por la forma en que fuimos adecuados.
Al final todo sistema depende de sus profesores. Usted comenta en sus discursos que están desmotivados. ¿Cómo lo revertimos?
Lo primero que tenemos que no hacer es cambiar constantemente de ley. España en concreto es especialmente complicada con sus 17 estados, pero en todos sitios. No hay sistema que cambie tanto como el educativo. Los profesores se sienten constantemente desautorizados. Nada es más desmotivador para una persona que sentir que ya no tienen valor, o control. Cuando miras Finlandia, que pese al último PISA [ha caído al puesto 12] tienen un muy buen sistema, han devuelto en los últimos años el poder al profesor. A cambio, hay una gran exigencia en los estándares para los maestros. Los docentes deben estar preparados para cambiar, aprender y adaptarse.
¿Qué rol juega la tecnología en las aulas? ¿Debemos prestarle más o menos atención?
La tecnología no va a cambiar la educación. Es importante porque es cultural, es una parte creciente de nuestras vidas hoy. Lo que critico es la gente que cree que por introducir tecnología en el aula se va a arreglar todo. Sólo por meter ordenadores o una pizarra digital. La tecnología puede ser un catalizador, una herramienta, pero no es la respuesta. Tenemos que dejar a los niños que traigan su propia tecnología a clase. Necesitamos buenas conexiones, dejarles traer sus teléfonos, sus tablets, y que nos enseñen cómo introducir esto en la escuela. La educación será siempre una cuestión fundamentalmente de seres humanos, del desarrollo de una persona. Y para hacer eso la tecnología no da respuestas.
Cuénteme antes de terminar qué hizo en su colegio para lograr esos resultados, que al final es lo que le ha traído hasta aquí.
En la primera reunión con los profesores les pregunté: ¿Por qué el colegio no es tan emocionante como Disneyland? Quería crear un lugar en el que los niños hicieran cola para venir. Que lo que experimentaran fuera dinámico, lleno de contenido y experiencias propias, no que se sentaran detrás de un pupitre y escucharan. Que vieran que lo que estudian no es sólo porque lo ponga en un currículo, sino que supieran que las habilidades que van a adquirir las podrán aplicar en situaciones de la vida real.
Hicimos un set de televisión para que los niños vieran por qué es importante aprender a leer y escribir; por ejemplo para hacer su propio programa de televisión. También construimos un museo para que los niños vieran la importancia de la ciencia. Creo que cuando mejor aprendemos es cuando somos muy muy jóvenes. Me fascina una estadística que dice que el 70%-75% de lo que aprendemos en toda la vida lo aprendemos antes de cumplir cinco años. Antes incluso de empezar la educación obligatoria. Somos máquinas de aprender. Yo quería sacar esa máquina a través, si quieres, de una forma más sofisticada de jugar, más metódica.
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