La educación ilumina cada etapa del camino hacia una vida mejor,
especialmente el de las personas pobres y las más vulnerables.
Sin embargo, el poder sin igual de la educación para favorecer
el alcance de los objetivos más amplios de desarrollo solo puede
ser plenamente efectivo si se ejerce en la equidad. Ello supone
esforzarse principalmente para que todos los niños y jóvenes
-independientemente de cuál sea su ingreso familiar, el lugar donde
vivan, su sexo, su pertenencia étnica o su posible discapacidad-
puedan beneficiarse por igual de su poder transformador. La
educación da armas a las niñas y las jóvenes, en particular,
aumentando sus posibilidades de conseguir trabajo, mantenerse en
buena salud y participar plenamente en la sociedad, al tiempo que
mejora las posibilidades de sus hijos de llevar una vida sana.
Para aprovechar los beneficios más amplios de la educación, todos los
niños deben tener la posibilidad de completar no solo la enseñanza
primaria sino también el primer ciclo de la secundaria. Y no basta
con el solo acceso a la escolarización: la educación tiene que ser de
buena calidad para que los niños realmente aprendan. Dado el poder
transformador de la educación, esta ha de ser una parte central de
todo marco de desarrollo mundial posterior a 2015.
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