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viernes, 2 de noviembre de 2012

Wertcilidad y catatonía (Elena Fuentes)

Muchas voces se han oído desde que se publicó el anteproyecto de la LOMCE. Curiosamente, la más sonora de todas ha sido la voz del ministro de Educación. José Ignacio Wert se ha preocupado de lanzar cada día una frase cargada de la fina ironía que dicen que le caracteriza, por donde se aparece, en iluminada epifanía, la ideología exclusivista que representa. A pesar de que el ruido de los docentes no ha sido poco, él ha contribuido, un día sí y otro también, a estimularlo. Mucho ruido, demasiado ruido. “Que hablen de mí, aunque sea mal”, habrá pensado el ministro. Sabemos que sí se ha acostumbrado a las críticas en el cargo, afirmación que no deja de ser otra bomba incendiaria. Pero si se piensa mal (es cuando se suele acertar), estas frases, que han dado en llamarse imwertcilidades -neologismo acuñado para referirse a las “ocurrencias del ministro Wert”-, no son simples meteduras de pata de tertuliano neocon. Este proceder no es fruto de la casualidad, sino de la causalidad: “Mientras hablan de mí no lo hacen de otras cosas”. Así, creo que podríamos hablar más bien de wertcilidades.

Y es que el ministro ha elegido la sencilla estrategia de la agitación mediática, del ruido sordo, de la bronca, para llamar la atención con la frase picante del día, para enredar a la opinión pública en la discusión de dicho comentario, para alejar atención, opinión y discusión del fondo de la ley, mientras gana tiempo para poder tramitarla y aprobarla. Quienes hemos leído el borrador y el anteproyecto, a quienes la edad y la profesión nos han dado ya las suficientes tablas en la disección, análisis y puesta en práctica de las leyes y decretos, sabemos que en dichos documentos no hay que atender sólo a lo que se dice, sino que es mucho más importante lo que se silencia. Y sabemos que el anteproyecto de la LOMCE no es una reforma más, una de las varias que se han sucedido para desgracia de alumnos y profesores, a causa de la incompetencia de la clase política, que lleva 30 años haciendo oídos sordos a las demandas de los docentes, sin ser capaz de pactar de una vez por todas una Ley de Educación.

El ministro no quiere que se hable sobre el fondo de la ley. Y es que las mutilaciones a que la LOMCE someterá a la enseñanza pública son de tal calibre que no habrá vuelta atrás. No quiere que se hable del objetivo oculto: la privatización de los servicios públicos de educación, el desvío de fondos públicos hacia los centros concertados de gestión mayoritariamente religiosa, la introducción de empresas privadas en los servicios prestados por los centros educativos y la utilización de los equipos directivos como policía política, al tener en sus manos la contratación o reprobación de tal o cual docente.

De todas formas, como las opiniones hoy deben ser vertidas en dosis no muy extensas, me gustaría centrarme en escribir el artículo que no he leído estos días, desde que salió el anteproyecto. Estos días he leído multitud de comentarios, cartas, artículos y peticiones de firmas (comparto y suscribo todas las opiniones), de compañeros de todas las especialidades -también de la mía-, que, con toda la buena voluntad del mundo y dando por hecho que nadie va a defender lo que no es suyo y sí de otros, se han lanzado a defender sus propias materias, alabando las bondades de cada una de ellas.

Estos días los docentes nos hemos dejado engañar por las wertcilidades y hemos caído en la urdimbre de la sencilla trampa del ministro: lectura interesada y sesgada de los datos de los informes de educación (OCDE, PISA), conclusiones a partir de dicha lectura, sin contemplar otros factores externos que afectan a la dinámica educativa, reforma argumentada con dichas conclusiones extraídas de una interpretación manipulable de los datos objetivos. El paso siguiente en la estrategia es la mutilación de tal o cual materia. A continuación los afectados se lanzan a la defensa a ultranza de cada una de dichas parcelas del saber CONTRA las demás. No hemos caído en la cuenta de que estamos siendo manipulados y azuzados por la palabra que abandera el anteproyecto de educación: la competencia. Los docentes hemos entrado en una maquiavélica competición sobre la importancia de nuestras materias, sin comprender a menudo que estamos azuzados unos contra otros por los mismos que dicen defendernos y dignificarnos, elaborando cínicamente una Ley de Autoridad del Profesorado, por ejemplo. No hemos entendido que el sociólogo Wert ha usado un principio clásico básico de todo buen estratega: “Divide y vencerás”.

Durante todos estos días no he dejado de pensar en cada una de las opiniones que he leído, defendiendo la importancia de diversas materias: la Música, las Artes Escénicas, la Plástica, el Latín, el Griego, la Economía, las Ciencias para el Mundo Contemporáneo, la Tecnología, la Física, la Química, la Electrotecnia, el Arte, el Francés, las Matemáticas, la Lengua, el Inglés, la Literatura Universal, la Geología, la Biología, la Educación Física, ¿me dejo alguna?. He leído docenas de veces que es muy importante la Tecnología porque trabaja por proyectos varias ramas del saber y distintas competencias; he leído que la Economía es fundamental porque es necesario saber cómo funciona el IPC o qué es el interés de un crédito hipotecario, además de que el Bachillerato de Ciencias Sociales es el más demandado por los alumnos; he leído que las Ciencias para el Mundo Contemporáneo son fundamentales en un mundo en que la ciencia y el progreso científico contribuyen a mejorarlo (o empeorarlo); he leído que el Griego es fundamental porque facilita el aprendizaje de cualquier lengua, desarrolla el acceso al vocabulario de cualquier ciencia y porque fue en Grecia donde se sentaron las bases de la filosofía, los géneros literarios, las disciplinas artísticas y los pilares de la democracia; he leído que la Literatura Universal es fundamental porque contribuye a que el alumno conozca las referencias literarias y culturales a lo largo de los siglos y las épocas… Creo que la única “asignatura” que no he visto defender a nadie, -más que al gobierno de la señora Cospedal y su ínclito empresario devenido Consejero de Educación, Marcial Marín, representante en tierras manchegas de la larga mano de la CEOE-, es la denominada “Iniciación a la actividad emprendedora y empresarial”.

He leído todas estas opiniones y no dejo de pensar que todos los docentes tienen razón en lo que dicen. Toda la comunidad educativa, todo el profesorado está de acuerdo en que la reforma no beneficia a la educación y a la formación de los alumnos. No he leído ni una sola opinión a favor que no sea la del propio ministro. Incluso los responsables de educación del PP manifestaron, ante un grupo de responsables de diversas asociaciones con quienes se han reunido recientemente, su sorpresa por cómo se había elaborado el anteproyecto.

Pero sí he echado en falta una voz que pretenda defender todas las materias en conjunto. ¿No se puede?, me pregunto. Sí se puede. Se puede, SE DEBE DEFENDER UNA ESCUELA PARA TODOS. Defender una escuela para todos significa ofrecer a los alumnos no una enseñanza unitaria, básica e igualatoria, sólo de conocimientos instrumentales en matemáticas, inglés y lengua. Eso nos llevaría a ser una país de servicios: el inglés justo para saber atender a un extranjero en un bar, las matemáticas concretas para saber hacer la cuenta en el supermercado y la lengua justa para oír lo que dicen las noticias y no entender que hay cosas que no dicen. Defender una escuela para todos significa defender el acceso a diversas parcelas del saber. Defender una escuela para todos significa dar al alumno la oportunidad de madurar y cambiar de elección. Y esa madurez no se produce con la “segregación temprana”, eufemismo para lo que toda la vida se ha llamado “etiquetar en buenos y malos”. Defender una escuela para todos significa tener un Bachillerato con una amplia gama de optativas que permitan la especialización en las distintas ramas del saber, dependiendo de los intereses y motivaciones de los alumnos. Defender una escuela para todos significa ofertar tanto enseñanzas muy demandadas como otras minoritarias, pues la variedad en la oferta garantiza el acceso de los distintos perfiles de alumnos a aquellas materias donde su capacidad, intereses, genio y creatividad puedan verse estimuladas.

El problema de todo esto, lo que el señor Wert no quiere decir, lo que esconden sus wertcilidades, es que la educación especializada es cara, más cara que una educación genérica, y al señor Wert le han encargado que gaste menos. Y se ha escudado en la lectura de estadísticas e informes de educación y en la manipulación interesada de las cifras que dan dichos informes para elaborar una reforma a la que ha llamado “de calidad” porque no puede decir “más barata”. La organización de la educación en términos puramente economicistas y mercantilistas que propone la LOMCE no hace sino abaratar el coste del servicio público de educación, reducir de factosu calidad al reducir la especialización y desviar a las familias pudientes hacia la verdadera especialización puesta en manos de las empresas que están empezando a descubrir un nuevo filón de negocio en la educación. No deja de sorprender el cinismo con el que han copiado la estrategia bancaria de las preferentes: vender un mal producto con el nombre de uno de lujo.

Así, cada día asistimos a la materialización del objetivo de las wertcilidades: generar miedo, hartazgo, anestesia, parálisis, “sálvese quien pueda”, principalmente entre el profesorado. Entre los docentes podemos encontrar tipos variados. Reconozcámonos cada uno en alguno de ellos. Están los ferozmente combativos durante el pasado curso, que empezaron con movilizaciones y pancartas, a quienes el desánimo ha atrapado después de soportar un larguísimo curso intentando explicar, argumentar, hacer entender, a padres, alumnos e incluso a otros compañeros, qué significaban los recortes brutales y que no serían los únicos. Están los ferozmente defensores de una política brutal de “ajustes”, quienes hablan en términos de “derroche” y de “herencia”, y justifican la desaparición de la gratuidad de libros, de las ayudas a comedores escolares o a autobuses, con el argumento de que “así la gente reconocerá el valor de las cosas”. No hablan de hasta dónde debe llegar el reconocimiento de la herencia, de a qué se llama exactamente derroche. Están los ferozmente incrédulos, quienes se niegan a creer que esto va con ellos, pasan y miran para otro lado, bien porque no tienen hijos, bien porque confían y esperan que la segadora no les llegue a ellos, y no quieren pensar en que no estamos ante una reforma más, sino ante la reforma que liquidará la educación pública, y con ello, las condiciones de su trabajo. Escasos son los férreamente combativos que no han sucumbido al desánimo. Abundan los movilizados tempranamente que se desinflaron pronto; los miembros de los equipos directivos que comulgan con los recortes y amenazan bajo cuerda a sus claustros; los miembros de equipos directivos que abominan de su difícil papel de administración, que les obliga a aplicar medidas que consideran injustas… Tipos variados, en varios de los cuales puede una misma persona reconocerse, a menudo en orden decadente, porque la batalla contra los molinos resulta agotadora para quienes no disfrutan de la locura cuerda de los héroes quijotes.

Y así, cada día se extiende el silencio, como una negra y pringosa mancha que lo contamina todo. Noqueados los docentes por los golpes recibidos y los que nos esperan, atrincherados por el miedo en la defensa de sus parcelas, anestesiada la sociedad por el miedo, arropado este gobierno por los respaldos electorales y las declaraciones de los tiránicos dirigentes de Goldman Sachs que dirigen Europa, cunde ahora en la educación y en la sociedad entera el fenómeno de la catatonía y algunos de sus síntomas derivados: catalepsia, apatía, estupor, mutismo, estereotipias, negativismo, manierismo, ecopraxia y ecolalia. Y así, los menos repiten los mantras de la neolengua: “no hay más remedio”, “la herencia”, “no es sostenible”, “no es viable”, “hemos gastado por encima de nuestras posibilidades”, “hay que arrimar el hombro”, “el país no está para huelgas”, “no nos lo podemos permitir”... Sólo unos pocos valientes consiguen sacar fuerzas sobrehumanas para luchar contra el efecto narcotizador de dichas letanías. Los más, se instalan en el silencio hábilmente manipulable, en la catatonía ciudadana, vendida como apoyo a sus políticas. Quizá deberíamos tomar conciencia del problema para empezar a buscar las soluciones. 

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