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miércoles, 7 de noviembre de 2012

"Robar el futuro"


Artículo de Fernando J. López publicado en BLOGCANALEDUCACIÓN:

Es fácil educar a un estudiante que no tiene dificultades de aprendizaje, es decir, a aquellos alumnos que disfrutan de un entorno familiar sin conflictos y favorable al estudio, que gozan de una posición socioeconómica suficiente -e incluso holgada- para contar con apoyos y refuerzos particulares y que, por último, no presentan ningún tipo de problema a la hora de adquirir conocimientos de la materia y naturaleza que sean.

Sin embargo, ni este es el perfil de la mayoría de nuestros alumnos ni creo, tampoco, que deba ser el fin de nuestra profesión. ¿”Educar a los buenos”? Algo así parece ser el lema de la reforma que nos plantea Wert, una especie de competición en la que gracias a una serie de pruebas externas -calculen el gasto que supondrán, por cierto- iremos eliminando a aquellos competidores que peores resultados obtengan. Sin embargo, pasamos por alto que no estamos en un concurso, sino en un proceso, y olvidamos que la finalidad de la educación no es cultivar la excelencia  solo en una minoría, sino conseguir el mayor grado de excelencia posible en una mayoría.

Por supuesto que es más sencillo prescindir de los alumnos que no se integren con facilidad en el sistema, de este modo, además, conseguiremos perpetuarles en la casilla social que les haya sido adjudicada en virtud de su nacimiento. Sin apoyos, sin refuerzos, sin los medios necesarios, estaremos condenando a estos estudiantes a convertirse en piezas marginales del sistema educativo y, por ende, de nuestra sociedad, restringiendo -y robando, con el permiso de una injusta ley- todas sus posibilidades de futuro. Para qué dar oportunidades, para qué facilitar medios, para qué mantener la educación pública como un posible -y vigoroso- ascensor social que permita la mejora personal y profesional de cualquiera que se esfuerce por conseguir ese cambio.

La reforma wertiana prefiere, sin embargo, podar de raíz -y cuanto antes- a aquellos alumnos que sean un estorbo. O bien porque no se integren, o bien porque no tengan el nivel requerido (¿quién pondrá esos límites?), o bien porque no resulten (y aquí citamos textualmente el proyecto de ley) lo suficientemente “productivos”. No tengo muy claro qué concepto se tiene de la productividad en el ámbito académico, pero dudo que la función de la Secundaria y el Bachillerato sea convertir a nuestros alumnos en reproductores mecánicos de tal o cual procedimiento. De ser así, tal vez deberíamos dejar de educar a las nuevas generaciones y sustituirlas por una amplia flota de robots, que nos saldrían aún más sumisos, mucho más productivos y, qué duda cabe, infinitamente más baratos.

Pero lo que más me alarma y me preocupa de todo esto no son los desatinos gubernamentales -con eso, lamentablemente, ya contábamos-, sino el asentimiento mudo de ciertos profesionales de la enseñanza que ven como un “alivio” esa expulsión de nuestras aulas de los alumnos que les molestan. Lo que me preocupa son los docentes -una minoría, eso quiero creer- que se han manifestado a favor de sacar del sistema a los que consideran un estorbo, ajenos a que esos chicos y chicas son, precisamente, quienes más necesitan de nuestra ayuda, de nuestro trabajo y de nuestra implicación.

Porque, en definitiva, no necesitamos reválidas ni pruebas externas que amputen las opciones de nuestros alumnos difíciles. Al contrario, lo que necesitamos son medios e inversión suficiente para poder sacar a esos alumnos difíciles adelante. Alumnos que, gracias a esos apoyos que ahora no tendrán, en muchos casos -y se me ocurren ejemplos con nombres propios- han podido pasar de cursar una Secundaria poco menos que desastrosa a a hacer un Bachillerato o un módulo profesional más que digno. Y por qué no, a convertirse en resolutivos autónomos o en brillantes universitarios. Alumnos que tienen derecho a ser tratados con toda la excelencia que nuestra profesionalidad nos permita y con los que -y eso lo sabemos quienes trabajamos en esto- es evidente que no hay nada que nos garantice el éxito, pero si convertimos su educación una continua carrera de obstáculos, sí que les estaremos garantizando el más rotundo de los fracasos.

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