Su anteproyecto de ley educativa (LOMCE) se ha presentado sin memoria previa ni libro blanco que diagnostique la situación. Sin ningún rigor y sin ninguna evidencia científica que avale sus líneas de reforma. En fin, algo que da vergüenza ajena en la misma medida en que no la tiene el ministerio.
Se supone que una ley es para mejorar las cosas. No parece ser el caso, ya que la contrarreforma educativa que pretende Wert lejos de reducir el fracaso escolar o el abandono temprano de la escuela, va a aumentarlo aunque se pretenda legalizar el descarrile y la segregación por tres vías en la ESO: los programas de mejora del aprendizaje y el rendimiento, la formación profesional básica que no da derecho a título de ESO ni permite acceder a los ciclos formativos de grado medio y un 4º de la ESO –y su correspondiente reválida- orientado exclusivamente a la formación profesional sin ninguna posibilidad de vuelta atrás para jóvenes de 15 y 16 años. Eso sí, aumentará la segregación clasista, algo que junto con la confesionalidad y la existencia de un amplio sector educativo privado-religioso, son las herencias del franquismo que este ministro quiere reforzar.
La razón de esta incompetencia es la pura ideología neocon que profesa. Parte de ella para diseñar una enseñanza para élites que puedan pagarla, para desmantelar la educación pública y para abrir oportunidades de negocio económico e ideológico al sector privado y religioso. O para mantener posturas tan talibanas y disparatadas como financiar con fondos públicos a centros privados ultrarreligiosos que segregan por sexo, algo que es un error pedagógico y social.
¿Cómo se puede calificar a un político que no para de dar el espectáculo? Uno siempre piensa que detrás de los comportamientos de todo político de cierto nivel hay una estrategia política, por ejemplo, cambiar algo a mejor o al menos ayudar al propio partido. Pero no. Hemos visto arriba que su gestión en el ministerio no ha hecho más que empeorar la situación de la educación y ha logrado enfrentarse a todos los sectores sociales, incluida la federación conservadora de familias. En cuanto a trabajar en favor del partido, alguna aportación hace con sus provocaciones: contribuye a desviar la atención de los principales problemas (recortes, empobrecimiento de la población, expropiación de lo público…).
Pero con sus continuas salidas de tono le hace un flaco favor al Partido Popular. Es el ministro peor valorado y tira a la baja de todo el Gobierno, contribuyendo a la sangría de votos. Es como un peso muerto que lastra la pésima imagen general del gobierno. Si las expectativas electorales del PP en Cataluña ya eran malas, con su ocurrencia de “españolizar al alumnado catalán”, las empeora de manera directamente proporcional a la irritación que provoca. Desde luego, lo suyo no es el don de la oportunidad. ¿Cómo se pueden decir estas cosas en pleno debate sobre el modelo de Estado, con una dinámica de afirmación nacional que lleva a que tres de cada cuatro personas de Cataluña defienda el derecho a decidir democráticamente?. Si pretendía españolizar Cataluña empezando por los jóvenes y adolescentes, lo que consigue es aumentar el nacionalismo. ¿Qué pretende, que los jóvenes catalanes griten el atávico y futbolero “soy español, español, español”? Y hablando de futbol, es tan ridículo como pretender que los culésse hagan del Real Madrid porque lo diga el Estado central.
Como es tan absurdo un planteamiento que niega la riqueza política y cultural de España, que rechaza la diversidad como un valor, uno llega uno a preguntarse sobre el por qué de tamaña provocación. Será porque quiere pasar a la historia de los Guinness como el ministro más denostado que se conoce, algo así como aquel camarero que presumía de no haber recibido una propina en 40 años de oficio. Será porque se ha pedido el papel de malvado en el Gobierno y se sacrifica generosamente haciendo de pararrayos de su presidente Rajoy.
El ministro Wert es un individuo, pagado de sí mismo, al que le pierde su soberbia y esos hábitos de los tertulianos, acostumbrados a hacer titulares a base de paridas. Porque su comportamiento no beneficia a nadie, ni al clima de convivencia ni a su partido, excepto a él, que está encantado de ir de malo. Le va tanto la marcha que ha perdido el sentido de la realidad. Nunca pide disculpas ni se arrepiente de lo que dice, busca lograr la unanimidad en su rechazo. Aplica aquel principio de que lo importante es que hablen de uno, aunque sea mal. Atentos a la jugada: seguirá tirando piedras a los charcos y dando el espectáculo. Por eso, no merece la pena pedirle a don Mariano que le cese, no sea que vaya a hacerlo, se quede sin burladero y la vida política además de oscura, se vuelva más aburrida al faltarnos el circo.
Agustín Moreno es profesor de Enseñanza Secundaria en Vallecas (Madrid). Fue secretario de Acción Sindical de CCOO de 1977 a 1996.
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