La reforma que se nos avecina no se puede calificar de educativa. Porque no se puede considerar que sea educativo suprimir el Bachillerato de Artes Escénicas, ni acabar con asignaturas como Ciudadanía, Ética, Ciencias del Mundo Contemporáneo o Cultura Clásica. A cambio, sin embargo, se mantienen intactos los privilegios de la iglesia católica, de modo que seguiremos financiando -con dinero de todos- la existencia de colegios que segreguen por sexos y mantendremos, cómo no, la asignatura de religión en nuestras aulas. De este modo, los alumnos de la escuela pública podrán seguir cursando esta catequesis a la que invita -barra libre de adoctrinamiento- el Estado o bien podrán cursar, en su lugar, otra optativa no evaluable -nótese el sinsentido de esta negación- como la ineficaz y desquiciante MAE (no, no se molesten ni en interpretar las siglas: son tan inútiles como la materia a la que dan nombre).
Se mantiene la religión en las aulas, sí, y se proscribe la ciencia contemporánea, porque es peligroso que nuestros alumnos conozcan la realidad del mundo en que viven. Luego, eso sí, nos rasgaremos las vestiduras cuando se agrave -aún más- la fuga de cerebros, cuando seamos un país a la cola mundial en I+D, cuando sigamos condenados a un atraso que, gracias a reformas como esta, acabará siendo tristemente endémico.
Tampoco se mantiene la optativa de Cultura Clásica en 3º de Secundaria porque, a fin de cuentas, qué interés puede tener conocer las raíces de toda la cultura occidental. De qué puede servir a nuestros alumnos saber quién fue Homero o qué supusieron las Metamorfosis de Ovidio para el arte y la literatura universal. Después, claro, nos llevamos las manos a la cabeza cuando leemos que las librerías se ven obligadas a cerrar, como si reformas como esta no contribuyesen a condenar al ostracismo a las Humanidades.
Por supuesto, se elimina toda materia que permita educar en la convivencia, el respeto y la reflexión. Porque está bien que nuestros alumnos aprendan a rezar -así pueden pedir milagros tan interesantes como convertirse en afamados crupiers de tal o cual eurocasino-, pero no es tan positivo que debatan, ni que trabajen la tolerancia, la comprensión de la diferencia y la lucha contra tabúes, prejuicios y lacras tan peligrosas como la misoginia, la xenofobia o la homofobia. Para evitar semejante aberración, se suprime la Educación para la Ciudadanía, convencidos de que en un país con un índice alarmante de muertes por violencia de género no es preciso abordar cuestiones como el machismo en nuestras aulas. Claro que no: eso lo traen todos los alumnos ya de serie. No hay más que mirar a nuestro alrededor -presten especial atención a la sección Sucesos de cualquier periódico- para comprobarlo.
Y como la reforma vela por el tiempo de nuestros estudiantes, se prescinde de materias que les distraen como la Ética (¿qué puede aportar la reflexión filosófica en una sociedad donde solo se aspira a que la mano de obra sea lo más barata y sumisa posible?) y se restan horas a las que, según nuestro actual ministro, no sirven para nada, como Tecnología (¿para qué presentarles una materia como esta en un mundo que, como todo sabemos, no tiene nada de tecnológico?) o Plástica (¿pero a estas alturas alguien cree que el arte nos forma o construye como personas?, por favor, si es que somos todos unos auténticos ingenuos).
Afortunadamente, tenemos un ministro hipercualificado -su trayectoria como tertuliano televisivo bien lo demuestra- que se ha dado cuenta de que lo que se necesita es ahogar a los alumnos con más horas de lo mismo, suprimir todo aquello que pueda acercarles a la cultura, a la ciencia o a las artes -la educación que construye y que fomenta el crecimiento personal es perjudicial para un gobierno al que le disgusta tanto el pensamiento libre- y, por supuesto, afianzar bien nuestras auténticas raíces asegurando que la religión sigue en su lugar habitual. Y es que está claro que tras una reforma tan nefasta como la que se está llevando a cabo, vamos a necesitar un auténtico milagro para salir del atraso, la zafiedad y la profunda ignorancia a la que nos están abocando.
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