Os animamos a disfrutar con esta lectura, una biografía no autorizada de lo que fue y de lo que pudo haber sido Esperanza:
VIDAS DE LOS SANTOS:
SANTA ESPERANZA AGUIRRE
Estos apuntes recogen la vida de la santa entre los años de 1952 y de 2012. Por razones que el sagaz lector comprenderá en seguida, los datos de la vida entre octubre de 2008 y 2012, han sido revelados al autor por un ángel, mientras que los años entre 1952 y 2008, han sido revelados al autor por la Wikipedia y por las tertulias de Telemadrid.
FUE, la infancia de nuestra santa, muelle. Matriculada desde tierna edad en el colegio de la Asunción de Velázquez, pudo vivir allí rodeada, exclusivamente, de niñas idénticas a ella. En realidad, para eso es para lo que pagaban sus padres (en aquella época no existía la enseñanza concertada). Pagaban para rodearla de niñas llamadas a ser Grandes de Españas. Cuando el tío abuelo Jaime amenazaba con una visita, la niña era enviada urgentemente a casa de alguna amiguita (¡Con lo que hubiera podido aprender…!). Y así transcurrió su infancia, feliz como pocas, con la férrea consigna de que la niña no entrara en contacto nunca, ni de lejos, con ninguna niña que pudiera acudir a las aulas de un Grupo Escolar, que es como se llamaba entonces a los Colegios Públicos.
Determinadas fuentes aseguran que, en contadas ocasiones, llegó a jugar con las hijas del portero de la finca urbana que ocupaban en el madrileño barrio de Salamanca. Las hijas del portero la dejaban ganar, aunque jugaban a las muñecas.
Las religiosas de la Asunción procuraban, en su modelo educativo, una doble vida, o misión pedagógica: hacer de las niñas futuras esposas y madres, obedientes al santo varón que las tocara en suertes, e imperiosas hacia los demás seres humanos. Líderes naturales para mayorías naturales. Aquí es donde se sembraron las primeras semillas liberales en el corazón de nuestra santa, semillas que vienen a querer decir que dios ha creado a los seres humanos en dos categorías: los llamados a mandar, y los llamados a obedecer. Para estos últimos, con el colegio público basta y sobra.
Así, entre la calle Velázquez y el colegio de señoritas cerca de Eton, en el Reino Unido, pasó la vida de nuestra santa, sin entrar nunca en contacto con ninguna persona a la que Fortuna hubiese creado distinta a ella. Nunca entró la santa en contacto con hijas de obreros. Y si alguna vez entró, el contacto fue circunstancial. Así se mantuvo virgen nuestra santa, preparada para la Grandeza a la que había sido llamada. Para la santa, la educación pública siempre fue algo ignoto, suavemente morboso en ocasiones, algo así como la taiga, o la vida sexual entre los Kïküyü.
Al ingresar en la facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, el bien estaba ya hecho. Allí se había colado algún hijo de familia pobre, con muchas ganas de dejar de serlo. Pero la santa tenía ya, entonces, todos los recursos necesarios para evaluar el pedigrí de cualquier candidato a contarla cualquier cuento. Lo mismo sucedió en el Club Liberal, en el que ingresó a edad bien temprana.
(En honor a la verdad, la composición de la Liga Comunista Revolucionaria o de la Organización Revolucionaria de Trabajadores, tampoco distaba tanto de la del Club Liberal, ya que los jovencitos y jovencitas que allí se reunían, también estaban llamados a ser Grandes. Quiero decir con esto que, en lo fundamental, y al margen de la ideología declarada, la extracción social de unos y otros excluía, básicamente, el paso por un Grupo Escolar o Colegio Público.)
Ya condesa de Murillo, tuvo dos hijos preciosos, a los que, con la mejor de las voluntades, y siguiendo estrictamente las enseñanzas recibidas, evitó siempre el contacto con cualquier servicio público, o con las misteriosas personas que a ellos acuden. Colegios y hospitales permanecían, en la vida de la santa, fundamentalmente privados, bendecida como se veía por la posibilidad de acceder a lo mejor.
Cuando, años después, fue elegida presidenta de la Comunidad de Madrid, la santa no hizo sino ejecutar, en su vida pública, las enseñanzas recibidas en su vida privada. Así, su gran aportación a la escuela pública consistió en la promoción de los colegios bilingües: una vez que hemos conseguido que los pobres sean analfabetos en castellano, vamos a intentar que lo sean también en inglés.
De otras cosas, más públicas, pues nada de nada: pasta para profesores de apoyo que compensaran las grandes carencias de los barrios basura, de eso ni hablamos. “Si enseñamos a leer y a escribir y a interpretar las noticias, a los chavales sin pasta, serán más infelices. Cuanto menos sepan de lo que pasa, mejor para ellos.” Y tenía razón…
La formación profesional era, en sí, un enigma. Pero le sonaba mal. Como a cosa de poco. Así
que no daba ni un duro para renovar los equipamientos para profesores suficientes.
Lo mismo sucedía con los hospitales. Quería conseguir que los hospitales de los pobres fueran tan buenos como los de los ricos. Sus detractores dicen que eso es imposible, pero la santa era una mujer de armas tomar, y suplía con su energía y entusiasmo su desconocimiento primitivo: sentir y partir cómo vive un parado. Fuera de los documentales, no tenía ninguna experiencia de primera mano que le permitiera acceder a esa realidad.
Así, las inauguraciones de colegios y hospitales públicos eran para la santa como cuando los demás vamos a un parque temático: te lo pasas fenomenal, sin necesidad de saber qué es lo que está pasando allí. (Si tuviésemos que recibir cursos sobre mecánica y fisiología antes de ir a un parque de atracciones, pues la atracción no sería tan atractiva).
Hasta encargó una campaña publicitaria en la que aparecía un neonato en decúbito prono, subrayando la suerte que había tenido de nacer en Madrid, el lugar de Europa con los mejores servicios públicos en enseñanza, sanidad…
[En la estación de La Latina, alguien añadió el siguiente bocadillo al bebé: “Y cuándo sea mayor,
te voy a demandar, Esperanza Aguirre, por ser tan mentirosa”.]
También diseñó un metro imposible. Se trataba de que, cada finca urbana, tuviese una boca de metro directamente en el sótano. Así, la finca se revalorizaba una barbaridad, y la codicia de las personas la votaba con rabia, en las elecciones siguientes. Pero después… por las vías no circulaban trenes. En algunas líneas, el metro circulaba, pero se detenía y se paraba allí horas y horas...días…meses.
Algunas personas, al carecer de viviendas, construyeron favelas en el interior del metro… Cada seis meses, un convoy fantasma pasaba por allí lento, muy lento, y tenían que reconstruir sus pobres moradas. Pero volvían a votarla, estos también, porque tenían el metro muy cerquita de casa.
Ella nunca cogía el metro, así que nunca se enteraba de estas cosas. Sus acólitos siempre le decían que todo iba muy bien. Entonces…
Entonces, sucedió aquello…
Un día de otoño de 2008, fueron los ángeles y se presentaron al Señor; entre ellos, llegó también Satanás. El Señor le preguntó: ¿De dónde vienes? Él respondió: de dar vueltas por la tierra. El Señor le dijo: ¿Te has fijado en mi sierva Esperanza? En la tierra no hay otra como ella: es una mujer justa y honrada que teme a Dios y se aparta del mal. Satanás le respondió: ¡Si tú mismo la has cercado y protegido a ella, a su hogar y todo lo suyo! Has bendecido sus trabajos y sus rebaños
se ensanchan por el país. Pero extiende la mano, daña sus posesiones, y te apuesto que te maldecirá en tu cara. El Señor le dijo: Haz lo que quieras con sus cosas, pero a ella no le toques.
Y Satanás se marchó.
Entonces… Gallardón pegó el golpe de mano. El grupo parlamentario popular en la Asamblea de Madrid votó en contra de Esperanza en la moción de censura. La crisis de las hipotecas subprime y de los activos tóxicos, acabó con todas las riquezas inmobiliarias de la familia. Su marido se fue con
una jovencita. Y Esperanza se fue de casa y se dio a la bebida. No hablamos del té de las cinco, no: hablamos del brick de vino del supermercado descuento.
Sin las cremas ni la alta costura, todo todo prêt-à-porter, Esperanza aprendió el valor de una buena caja de cartón de frigorífico: el mejor albergue público. Hay que decir que sus hijos intentaron encontrarla pero, para entonces, ella ya había renunciado a su pasado. Por primera vez en su vida, hizo amigos, de los que nunca se pudo ya olvidar. Durmiendo en los pasadizos de la ciudad, conoció a chavales que habían estado internados en los centros de menores de la Comunidad de Madrid, sujetos a todo tipo de malos tratos, y lloró amargamente.
Su rostro se transfiguró, de modo que cuando acudía a urgencias del Gregorio Marañón, al borde del coma, nadie le reconocía como quien había sido, sino como quien era ahora. Y, aunque olía mal, le atendían en la parte del hospital que todavía era pública. En esto, tuvo bastante suerte, porque si le hubiese pasado en Estados Unidos, probablemente no lo hubiera contado.
De la mano de uno de aquellos chavales, una tarde cayó por el Palacio Okupado Malaya, en la calle Atocha. Dejó el brick, y empezó a vivir. El arte, la cultura, la educación, la política y la solidaridad empezaron a cobrar, delante de sus ojos, colores desconocidos.
La crisis duraba demasiado y hubo que tomar medidas: se abolió la propiedad especulativa de cualquier tipo; la enseñanza, el consumo, la cultura y la sanidad pasaron a organizarse sobre la base
de grupos pequeños autogestionados. Las chavalas no veían la tele y su vida empezó a cobrar brillo. La revolución política tornó suavemente hacia la democracia, pero de verdad, con lo que Gallardón y todo el grupo parlamentario hubieron de emigrar a Sudán y a Mali, donde les fue aplicada la ley de extranjería.
Confundida, Esperanza quiso liderar aquel nuevo movimiento de vida en la ciudad. Con mirada amable y comprensiva, las compañeras le explicaron que ahí no había líderes que valieran.
Dios y Satanás montaron una cooperativa de chapuzas en Lavapiés. Esperanza solía ir por allí a tomarse un vinito de vez en cuando. Pero vino del bueno. Murió anciana y satisfecha.
Antonio Oria de Rueda
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