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sábado, 29 de septiembre de 2012

Sumisión docente: ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?


Son muchas las ocasiones, con motivo de las medidas que los trabajadores de la Escuela pública llevamos tres años sufriendo, así como la Escuela pública en sí, en que muchos de los docentes que nos mantenemos activos en las movilizaciones, nos preguntamos contínuamente que sucede para que parte del profesorado acepte sin rechistar todas y cada una de las medidas, sin tan siquiera plantar cara o ir a una manifestación a reivindicar por unos derechos pisoteados.
Hay que tener en cuenta que es un denominador común en todo el sector público en general. Tanto es así, que dentro del sector público, los docentes aún pueden presumir de ser el sector más movilizado dentro de la Función Pública: en el caso de resto de colectivos de trabajadores, el panorama es mucho más desolador.
Y sorprende, porque, al fin y al cabo, somos el colectivo de trabajadores que menores presiones podemos sufrir a la hora de movilizarnos o plantear una huelga de cualquier tipo. Y es cuando te realizas la pregunta del millón: ¿Cómo es posible?
En mi caso particular, actuamente profesor en paro, he tenido siempre la docencia como una profesión vocacional: estudié para ser profesor algún día y a punto estuve de conseguirlo para siempre. Cuando no habia llegado a ejercer, estaba totalmente ilusionado por el ambiente que, iluso de mí, pensaba que encontraría en la profesión docente: quizá por juventud o quiza por idealismo, me planteaba que la profesión que yo quería ejercer estaba llena de gente comprometida, de gente culta, con ideas avanzadas, con un compromiso social, etc.
Y es que para mí, ser docente no es solo un trabajo al que voy y por el cual percibo un salario: ser docente es mucho más. Ser docente es ser la persona que formará y dotará de conocimientos, pero también de valores, a las personas que, en el futuro ejercerán todas aquellas profesiones imaginables. Ser docente implica un compromiso con la sociedad a la que perteneces. Ser docente merece un sueldo y unas condiciones que, por lo general, los trabajadores de la enseñanza nunca habían tenido, de ahí el refrán “pasas más hambre que un maestro de escuela”.
Sin embargo, al llegar a la docencia, comprendí que existían varias clases de docentes: desde la persona que lo es por vocación o que es un profesional de su trabajo, hasta gente que ha accedido a ello porque no tuvo oportunidad de acceder a otra cosa o que simplemente buscó en la enseñanza un lugar donde poder ganar un sueldo sin complicarse excesivamente la vida (porque, quien es profesional o vocacional, suele complicársela).
Así, hemos pasado de un colectivo de trabajadores docentes fuertemente comprometidos, como sucedió en la época de la Segunda República o como sucedió en los años 70 y 80, donde se consiguieron fuertes mejoras laborales, a pasar, una vez que esas mejoras estaban consolidadas, a tener en los centros, en un sector del personal docente, a auténticos “funcionarios” (en el sentido peyorativo del término, ya que un buen docente detesta ser llamado funcionario) cuya jornada es de la hora que entra a la hora que sale. ¿Qué los niños no aprenden? “Pues para algo hay academias”.
Funcionarios que se creen clase media, los mismos que, ante sus amistades, presumen de ser unos privilegiados, generando esa opinión negativa en parte de la sociedad. Y por ello, cuando le tocan su salario o tocan a la escuela pública, él o ella no se sienten concernidos en moverse: son unos privilegiados y no les importa hacer un esfuerzo, eso sí, ni hablar de hacer una huelga ¡Qué pierdo mucho dinero!, sin tener la suficiente cabeza para pensar que en tres años y con tres recortes salariales, han perdido el equivalente a estar durante los próximos 40 años haciendo huelga indefinida los tres primeros meses de cada año.
Funcionarios o gente de una enorme mentalidad individualista y egoista, que presumen de llevar a sus hijos a la concertada, que no creen en la Escuela Pública. ¿Se imaginan por un momento que el dueño de una panadería fuese a comprar el pan a otra panadería? ¿O que un electricista llamase a otro para arreglar una fuga en su casa? Sería una forma de reconocer su inutilidad y la inutilidad de su trabajo. Pues desgraciadamente, gente como esta existe, en un porcentaje, en la Escuela Pública.
Y el peor problema, es que esta gente, no solo hace daño,  sino que perpetúa ese daño: porque una persona con una mentalidad individualista, trasmite esos valores a esas generaciones a las que forma.
Individualistas, pero a la vez sumisos. Sumisos ante las agresiones, sumisos ante el poder. Sin empacho de ocupar cargos directivos no para cumplir con el cometido habitual y razonable, sino para ofrecerse a ejercer de peones de una Consellería que les detesta, sin ningún problema, todo sea por un mejor sueldo o por una mejor plaza. Por eso resulta vomitivo ver como algunos docentes, con plaza fija y sin necesidad de ello,  se prestan a caer en trampas puestas por la misma consellería como los famosos cursitos de “English”. O como algunos directores retiran cartelería contra los brutales recortes que ellos mismos padecen o tratan de ocultar la penosa situación de su centro.
Por suerte, frente a este perfil funcionarial, gris, sumiso e insolidario, existe una gran cantidad de docentes profesionales y de vocación, cuyo trabajo no solo es el ejercicio de una labor profesional, sino también la defensa en toda su esencia de la Escuela Pública.
Y que tienen muy claro que, como trabajadores (saben perfectamente que no pertenecen a ninguna clase media porque viven de su trabajo, no de rentas) de la Escuela Pública, les están siendo arrebatados derechos: derechos laborales y salariales, que costaron años conseguir. Y que, por la senda de la austeridad, muy pronto el dicho “pasas más hambre que un maestro de escuela” se convertirá en una dolorosa realidad, como ya sucede en Grecia, donde se ven obligados a pluriemplearse al pasar de 1900 euros de salario a solo 700.
Pero no solo son interinos que luchan por volver a su puesto de trabajo, o trabajadores fijos que luchan porque sus compañeros vuelvan y por mantener sus derechos laborales. Son trabajadores que entienden que la Escuela Pública es un todo. Que los recortes en becas, los recortes en ayudas a las familias, la descompensación entre las millonarias subvenciones y prebendas de la Escuela Concertada y el desprestigio de la Escuela Pública, la política de criminalización del alumno mediocre, el intento de cargarse el sistema de comedor escolar (que ya existía en la Segunda República) con el famoso Tupper; es un todo, en una estrategía por destruir, aniquilar y vender a precio de saldo la Escuela Pública, y acabar no solo con su trabajo, sino con el puntal que sostiene la posibilidad de un pueblo con cultura, con Educación y con igualdad de oportunidades.
Porque el torpedeo de la Escuela Pública tiene un claro objetivo ideolóogico-político: volver a la España de ricos que mandan y pobres ignorantes que obedecen. Volver muchas décadas atrás y acabar con la única llave que permite y ha permitido, en esta sociedad y en este sistema capitalista, la escasa movilidad social existente: la Escuela Pública.
Por eso, los niñatos o jabatos, que no jóvenes, del PP, no tienen pudor alguno en pedir abiertamente que solo estudie quien tenga dinero o quien sea brillante. Y ese es el quid de la cuestión cuando tratan de cargarse todo lo conseguido hasta la fecha: cargarse la posibilidad de igualdad mínima de oportunidad, y convertir a la Escuela pública en un lugar asistencial y deplorable donde vayan los hijos de los trabajadores o de los parados a recibir lo suficiente para acabar en una empresa con un contrato de mierda. El hijo del rico, seguir siendo rico; el hijo del pobre, no salir jamás de pobre y ser cada día más pobre.
Por ello, por nada del mundo puede cundir el desánimo entre esas personas luchadoras, comprometidas, e implicadas. Y no pueden permitir que esos funcionarios grises y acomodados, insolidarios y desubicados, les ganen la batalla, más bien lo contrario. Deben ser ellos quienes ganen esa batalla, sumando a la causa de los primeros a aquellos que aún están perdidos, inseguros, desorientados e incluso muchos asustados de alzar la voz. Porque el miedo nunca ha cambiado las cosas, las cosas se cambian con arrojo y empuje, con decisión firme y con las ideas claras.
Porque no solo se trata de ganar una batalla: compromiso contra insolidaridad; valentía frente a pasotismo: Se trata de decidir que tipo de sociedad queremos formar para el futuro. Si una sociedad de autómatas sin sentido crítico, que vivan en una selva laboral o una sociedad de hombres y mujeres libres, críticos, que no se dejen pisotear.
Por ello animo desde estas lineas a cambiar el chip a esos trabajadores docentes decentes, valientes y luchadores, a ir con la cabezza bien alta, a concienciar a los que no lo estén, a argumentar en los claustros, a organizarse y luchar.
Porque nos jugamos nuestro presente y nuestro futuro. El de todas y el de todos. Y para todos.

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