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viernes, 13 de julio de 2012

Seguid llamándome privilegiada y no respondo (artículo de opinión de Cruz Díez)

Cruz Díez es profesora de Enseñanza Secundaria. Funcionaria. “Privilegiada”.

El Gobierno ha anunciado nuevos recortes sociales, entre los que se encuentra la supresión de la paga “extra” de Navidad a los funcionarios. Dentro de lo apocalíptico de la situación, la jugada política es impecable. Nuestro presidente habla de paga “extra” en lugar de lo que realmente es, una bajada de sueldo del 7%. Con ello demuestra de nuevo el soberbio dominio del poder de las palabras que caracteriza la retórica del PP, al tiempo que acalla voces críticas: No miren la subida del IVA, fíjense mejor en como castigamos a los funcionarios, que como todos sabemos, son unos vagos y unos privilegiados. Y así, mientras unos rompían en aplausos, otros veíamos como éramos de golpe doblemente más pobres. Por un lado se nos bajaba el sueldo por nuestra condición de privilegiados, y por otra se nos subían los impuestos como a cualquier otro ciudadano.

Tras escuchar este anuncio, yo salí junto a otros miles a manifestarme con los mineros, porque, parafraseando a Publio Terencio, nada de lo obrero me es ajeno. Sin embargo, ¿cuánta gente se manifestaría con los funcionarios como trabajadores? No me refiero a manifestarse en defensa de los servicios públicos, sino en defensa de los derechos de los funcionarios como obreros. ¿Saldría usted a protestar conmigo por nuestra bajada de sueldo? ¿o por el aumento en nuestra carga de trabajo? – Carcajada.

España es una país funcionarista, y el funcionarismo, un tipo de discriminación no reconocido por la sociedad. Cuando alguien dice que los andaluces somos unos vagos, o que los chinos nos invaden, o que los musulmanes son unos maltratadores, suele haber alguien que enseguida se le echa al cuello (y con toda la razón) por hacer uso de una generalización discriminatoria de un estereotipo. Sin embargo, cuando alguien dice que un funcionario es un privilegiado o un vago, mucha gente asiente y al punto alguien dice “Uys, sí, yo tengo un amigo funcionario que…” 1. desayuna tres veces, 2. hace la compra en horario laboral, 3. se da de baja sin estar enfermo, 4. todas las anteriores y alguna más.

No mucha gente parece pararse a pensar que esta generalización discriminatoria incluye a 1,6 millones de funcionarios, más otro millón de interinos y personal laboral del sector público. 2,6 millones de personas, todas ellas vagas y privilegiadas. La llamada casta parasitaria. Yo soy funcionaria, hago un trabajo y se me paga por ello. Siguiendo esta lógica, ¿es usted entonces un parásito de su empresa?

En este grupo de privilegiados parásitos se incluye por igual no sólo al funcionario-profesor, al funcionario-enfermero o al funcionario-administrativo, sino al funcionario-profesional y al funcionario-jeta. Y profesionales y jetas hay en todas partes, no sólo en el sector público. Sin embargo, a todos nos gusta señalar con dedo acusador a los funcionarios. De hecho, incluso nosotros mismos nos acusamos unos a otros: “Yo soy funcionario, pero médico, oiga, ¡no de los de ventanilla de registro que se pasan la mañana en el bar!”. Pues también hay grandes profesionales que trabajan detrás de una ventanilla, mire usted.

La raíz de esta discriminación está en confundir privilegios con derechos, sumados al carácter envidioso del español medio: nos cuesta asumir que alguien esté mejor que nosotros, y lejos de luchar por conseguir que todos mejoremos y alcancemos el nivel del que está mejor, nos regodeamos en el morbo de ver hundirse al de al lado.

A pesar de la insistencia de muchos miembros del Gobierno en la idea de que los funcionarios somos unos privilegiados, la realidad es que no somos más que trabajadores. Unos trabajadores que en su mayoría no ganan más de 1.000 euros al mes. Unos trabajadores que en tiempos de bonanza no recibieron un aumento del 12%, que es lo que se nos ha rebajado en los últimos dos años a nivel nacional (a esta cifra hay que sumar el porcentaje que cada comunidad ha estimado oportuno llevar a cabo). Unos trabajadores que hemos sufrido durante años las burlas de los demás por tener unos sueldos miserables en comparación con el pseudo-enriquecimiento colectivo. Unos trabajadores que tenemos el privilegio de pagar con nuestro trabajo, nuestros impuestos y nuestros sueldos una crisis en la que poco hemos tenido que ver. Unos trabajadores que tenemos que hacer lo anterior como el resto y encima sufrir un linchamiento colectivo por el mero hecho de haber elegido una carrera profesional en la función pública.

Dicen que nuestros privilegios son la estabilidad laboral, nuestros sueldos, nuestras vacaciones, nuestros días por asuntos propios… Señores, esos son nuestros derechos como trabajadores y también los estamos perdiendo. Nuestros privilegios son otros. Nuestro privilegio es educar a las generaciones futuras, curar a los demás, salvar sus vidas en un incendio, gestionar que se haga justicia, casarles o hacerles llegar su correo. Y todo esto lo hacemos sin bonus, sin cestas de Navidad (ni paga desde ahora), sin ascensos, sin reconocimiento ni agradecimiento. Y si usted piensa ahora “A mi también me han bajado el sueldo” o “Peor estoy yo que no tengo trabajo”, recuerde, por favor, que los funcionarios no tenemos la culpa de eso. Si es de los que piensa “Peor estamos muchos y no protestamos”, por favor, proteste. Y piense lo que piense, no sea funcionarista. Juzgue a cada cual por el trabajo que realiza, y no se olvide de los que nos gobiernan. Gire su dedo acusador hacia ellos, igual entonces las cosas cambian.

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