Este curso está
siendo muy complicado en la enseñanza pública. Lo habéis vivido –sufrido- muy
de cerca. La normativa dictada por la Consejería de Educación en el mes de
Julio dio al traste definitivamente con el equilibrio y la organización de los
Institutos. Dos fueron los puntos clave de esta normativa: aumentar el número
de horas de clase para los profesores y eliminar la hora que los tutores tenían
semanalmente con los grupos de la ESO. Con ello pretendía la Administración
prescindir de una buena parte de los profesores interinos, es decir, los que
han de contratarse cada año para completar las plantillas de los centros. Pero
hicieron mal las cuentas, -o bien, quien sabe-, y el aumento de horas de trabajo de quienes nos
quedamos no ha podido compensar las de los compañeros que se han ido a la
calle. Ha sido necesario subir el número de alumnos por aula, quitar
asignaturas optativas, cerrar bibliotecas, atender peor al alumnado que más lo
requiere, reducir las actividades fuera del centro o prescindir de los planes de acción tutorial. Hay menos
profesores disponibles en las guardias, es más difícil coordinarse para
desarrollar proyectos multidisciplinares o de innovación, no hay tiempo
suficiente para coordinar y mantener los medios informáticos en los centros.
Las primeras huelgas
y protestas –ya desde el mes de julio muchos profesores y directores de centros
nos movilizamos-, sirvieron, al menos, para frenar otras situaciones
escandalosas como que hubiera profesores dando asignaturas ajenas a su
especialidad o grupos excediendo el número legal de alumnos. Y muchos centros
decidieron, y lograron, recuperar la hora de tutoría. Desgraciadamente en
nuestro Instituto, y a pesar de que el Claustro y el Consejo Escolar lo han
considerado muy necesario y lo han pedido reiteradamente a la Dirección,
ésta decidió prescindir de las tutorías
grupales.
Frente a este
recorte de personal en los centros públicos, y también del presupuesto para los
gastos de funcionamiento, la Consejería de Educación sí parece tener dinero
para ceder a empresas privadas algunas de las funciones que tradicionalmente
hemos asumido los profesores. Con el famoso plan Refuerza, de apoyo al alumnado
con peores resultados académicos, estas empresas subcontratan por sueldos
irrisorios a personal que, en el mejor de los casos y contando con que tenga la
titulación y especialidad adecuada, no ha pasado por un proceso de selección
como sí lo hemos hecho los profesores tanto funcionarios como interinos. Algo similar ocurre con auxiliares de
conversación ingleses o irlandeses a quienes quieren convertir en profesores de
Ciencias o de Sociales. Hay muchos más ejemplos de desvío de fondos: la
Comunidad cedió el uso de los Institutos –el nuestro entre ellos- como
alojamiento a los peregrinos que acudieron al encuentro con el Papa el pasado
mes de agosto, corriendo los gastos a costa de nuestro presupuesto; también aumentó
la desgravación de impuestos a las familias que envían a sus hijos a colegios
privados.
Pero lo que pasado
este curso 2011-2012 no es un hecho aislado. La disminución de plantillas, de
presupuesto para los centros, de programas educativos o de formación del
profesorado se venía produciendo desde hace años. Las famosas “instrucciones de
principio de curso” han sido la gota que ha colmado el vaso y ha desencadenado
una gran marea... verde. Desde el
comienzo del conflicto –nueve días de huelga en el primer trimestre, encierros,
manifestaciones, acciones de todo tipo-, la sociedad ha percibido claramente
que no era un conflicto laboral más;
que, a pesar de los esfuerzos de la Administración en desacreditar al
profesorado tildándonos de vagos, no nos movilizamos por dar dos horas más de
clase a la semana. Muchas familias, muchos alumnos, han comprendido que la calidad de la
educación pública, en la que han confiado, está en riesgo: la implicación de
todos los sectores de la comunidad educativa es una de las señas distintivas de
la Marea Verde. En nuestro Instituto
estamos trabajando muy estrechamente.
Celebramos dos asambleas conjuntas –en octubre y enero-, en las que
hemos informado y debatido sobre las consecuencias de los recortes. Nos
encerramos juntos en el Instituto la noche del 19 de Octubre. Nos hemos
manifestado juntos bajo el “Don Quijote indignado” en multitud de
ocasiones. Y estamos planeando realizar
más actividades para el próximo trimestre.
¿Dónde estamos
ahora? ¿En un compás de espera? Desde
principios de febrero, la Consejería de Educación está ¡al fin! manteniendo
reuniones con nuestros representantes sindicales. Han sido necesarias muchas
jornadas de huelga y manifestaciones
para lograr algo que está regulado por nuestra Constitución: el diálogo entre
trabajadores y patronos. En este momento no hay aún resultados; soy pesimista y
creo sinceramente que no los va a haber. Ni volver a las plantillas de hace 4
años, ni sacar un número suficiente de plazas a oposición, ni frenar la
privatización de la enseñanza, ni promover la formación del profesorado… Al
menos, los Sindicatos se han comprometido a no firmar ningún acuerdo sin
pasarlo previamente a consulta entre los profesores como, afortunadamente, se han tomado casi
todas las decisiones en este proceso.
Por el momento esperamos, seguimos movilizados y nos manifestamos.
Llegado el momento, valoraremos entre todos si procede volver a
actuaciones más contundentes.
Permitidme que
retroceda unos cuantos años atrás para hacer un balance más amplio. Comencé a
trabajar en la enseñanza pública allá por mediados de los años 70, muerto ya Franco,
en el mismo Instituto del que había sido alumna. Los años de la transición
fueron muy intensos; como ahora, hubo movilizaciones de profesores y alumnos reivindicando mejores
condiciones y mayor democracia para la vida de los centros. La Constitución del
78 sentó unos principios que se fueron desarrollando posteriormente: considerar
la enseñanza básica como un derecho fundamental de toda la ciudadanía,
obligatoria y gratuita; la libertad de cátedra dentro del respeto a las leyes y
a las personas, así como el derecho a
que los profesores, padres y alumnos
intervinieran en el control y gestión de los centros públicos. Conseguimos
muchas cosas, entre otras la elección de
la Dirección por el claustro; el reforzamiento de la figura de los delegados,
que participaban en las sesiones de evaluación; los Consejos Escolares, donde
intervenían todos los sectores de la comunidad educativa, se pusieron en
marcha. Y los Institutos volvieron a ser mixtos, después de décadas de
segregación por sexo.
Por tanto, la
enseñanza pública se configura a lo largo de las últimas décadas del siglo XX
como un servicio para toda la población
en edad escolar, con los valores constitucionales y los currículos de cada
materia como referencias básicas. El profesorado
se selecciona por su competencia, sin importar qué ideas, creencias u opciones
personales profese, lo que garantiza la calidad del sistema. Se recibe a todos
los alumnos, sin discriminación alguna, respetando igualmente sus
características personales. Y se intenta
adecuar la enseñanza para lograr lo mejor de cada cual: atendemos a alumnos con
problemas de aprendizaje junto a otros muy aventajados. Los centros públicos son por tanto un reflejo
de la diversidad que existe en la sociedad; este entorno, según reconocen los
expertos en educación, proporciona el mejor ambiente de aprendizaje vital e
intelectual.
Pero vivimos en
unos momentos de desprestigio de lo público. La presidenta de la Comunidad de
Madrid se ha hartado de comentar que las familias prefieren enviar a sus hijos a
los centros concertados, porque ofrecen mejor educación. Que los centros
públicos son un caos, y su profesorado -no digamos-, unos gandules. No han
dudado en airear casos excepcionales, ofrecer datos sesgados e informes mal hechos para intentar
justificar estas afirmaciones. Toda esta estrategia de desprestigio, propia de
las ideologías neoliberales, tiene un fin muy claro: convertir cualquier
servicio, incluido la educación, en un
negocio privado más. Quien pueda pagársela,
bien; para quien no pueda, el Estado mantendrá unas redes públicas muy
precarias, minando así la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos desde
su componente más básica, la educación. Por el momento, los resultados nos
dicen que Madrid es la comunidad con mayor índice de enseñanza privada o
concertada, mientras que está en las últimas posiciones de rendimiento escolar
según estudios internacionales de cuya seriedad nadie duda.
La famosa crisis en
que nos encontramos ahora, y que en gran parte han provocado estas mismas políticas
neoliberales de “menos estado y más mercado”, da una oportunidad más a nuestros
políticos para precarizar lo público. Hay que recortar, no importa si es a
costa de destruir algo que nos ha costado tanto articular como es el sistema
educativo público. Un sistema que es reconocido en toda Europa como el que mejor
garantiza la igualdad de oportunidades y que ha hecho que nuestro país sea, en
toda la unión europea, uno de los que consiguió tener un mayor crecimiento de las
medias de rendimiento.
Quienes nos hemos
movilizado este otoño en Madrid, profesores y profesoras, familias,
estudiantes, lo hemos hecho fundamentalmente para que no se destruyan los avances de tantos años en la educación
pública, y de los que tantas generaciones se han beneficiado.
Nos movilizamos
porque, a pesar de lo negro que nos pinta el futuro nuestra clase política,
sabemos que la lucha no está perdida y seguimos conservando la esperanza. La
historia es así, caprichosa, y a veces retrocede un paso para que aprendamos
del pasado y tomemos fuerzas para avanzar cinco pasos más. Comienzan a oírse
voces críticas que analizan la realidad de otra manera. Que se niegan –nos
negamos- a ser gobernados desde la sombra por “los mercados”, los poderosos, que
no tienen rostro y a quienes nadie ha elegido. Que reivindican –reivindicamos-
una sociedad sostenible de bienestar para todos. Que piden –pedimos- más
participación, más transparencia, más democracia en suma. Y que confiamos en
gente como nuestros estudiantes, bien formada, animosa, con ganas de pelear su
futuro y de ganarlo. No dejéis que ciertos políticos os metan miedo, que os
empequeñezcan. Haceos grandes uniendo vuestras fuerzas: seguro que aún
recorreremos juntos parte del camino.
María Jesús Luelmo, profesora de
Matemáticas, IES Cervantes (Madrid)
(Suscrito por otros 37 profesores
más del Centro)
(Artículo publicado en el nº 15
de la revista del IES Cervantes “El Ingenioso Hidalgo”, abril 2012) http://ies.cervantes.madrid.educa.madrid.org//periodico.htm)
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