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domingo, 27 de mayo de 2012

Un ministro demasiado ácido (Perfil de Wert)


Wert es el miembro menos valorado del Gobierno a pesar de ser un experto en imagen política
Es brillante, soberbio y excesivamente irónico

Quienes han conocido a José Ignacio Wert (Madrid, 1950) el tiempo suficiente como para distinguir a ciencia cierta que detrás de su soberbia habita una mente brillante e ingeniosa, se han estado preguntando todo este tiempo cuánto puede durar como ministro de Educación. Dueño de una lengua viperina, afilada en cientos de tertulias, extremadamente mordaz, impertinente, provocador, también exhibicionista y arrogante, no parece ser el perfil idóneo de un político profesional para un ministerio con “tanto obispo” como el de Educación. De tal forma que, cuando acaeció el episodio del plante de los rectores al ministro, nunca antes sucedido, pocos de sus conocidos se extrañaron. “Los trató como a una chusma”, coinciden en afirmar varios encuestados. “José Ignacio no tiene habilidades sociales”, concluyen.
No se puede decir que Wert no tenga experiencia política, pero sí que fue breve y data de los primeros años de la Transición, cuando llegó a ser concejal en Madrid y diputado por A Coruña en las filas del PDP (Partido Demócrata Popular) y luego de Coalición Popular, una coalición nacida de las ruinas de la UCD con elementos democratacristianos sumados a las huestes de Alianza Popular. Hay quien le recuerda haciendo campaña en gallego, lengua que aprendió en pocas sesiones, cualidad ésta que nadie le discute: la de su facilidad para hablar idiomas (algunas fuentes señalan que con seis idiomas es el ministro más políglota del Gobierno) o para informarse plenamente de una cuestión en muy breve tiempo.
Se ganó gran prestigio como profesional y un estilo como comunicador, virtudes interesantes para la empresa o el plató, pero no necesariamente útiles para ejercer en un ministerio. Buen conferenciante y excelente articulista, capaz de opinar sobre todo, incluido el fútbol, una pasión que ejerce desde el madridismo. En este terreno, creó para la posteridad el término “anorexia patriótica” para explicar los fracasos de la selección española: la teoría Wert concluía que era debido a que determinados jugadores sufrían un déficit patriótico que les llevaba a no meter el pie. Desgraciadamente, los éxitos en la Eurocopa y el Mundial, con un fútbol donde no hacía falta meter el pie sino tocarla, dejaron en entredicho su teoría. Como conferenciante era muy celebrado. Nunca dejaba indiferente, como el título de una de sus conferencias: “No le contéis a mi madre que hago encuestas políticas. Ella cree aún que soy pianista en un burdel”.Desde entonces, su actividad ha estado ligada al sector privado donde se ha podido desempeñar con libertad, sin las ataduras de la disciplina de partido: ha estado en RTVE, inauguró el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), convirtió Demoscopia (una pequeña agencia de encuestas nacida al amparo de EL PAÍS) en una gran empresa, estuvo en Sofres sumando audiencias, ha trabajado para el BBVA como jefe de gabinete del presidente Francisco González y, solo muy recientemente, comenzó a probar fortuna como consultor independiente y, sobre todo, como tertuliano. Esta última etapa es la menos transparente de su carrera: nadie sabe muy bien cómo acabó su relación con el presidente del BBVA porque, a raíz de su marcha, estuvo dos años casi desaparecido. Como consultor parece que encandiló a Rajoy.
Wert llegó al Ministerio de Educación solo. Sin equipo. ¿Un acto de prepotencia? No lo parece: Wert fue un nombramiento de última hora. Su nombre siempre estuvo ligado para la presidencia de RTVE, tanto en tiempos de Zapatero como de Rajoy. Todos los altos cargos se los puso el partido, de tal forma que uno de los primeros percances surgió sin su intervención. Un director general, Xavier Gisbert, provocó un atisbo de insumisión de Esperanza Aguirre a consecuencia de la contratación de profesores nativos de inglés. El conflicto se solventó de un plumazo con la marcha del alto cargo “por motivos personales” y su exilio a la embajada de Washington.
Su forma de ser le ha jugado una mala pasada, sostienen sus conocidos. Un ministro no puede ser irónico o brillante en cada declaración. “No quiso ser respetuoso con los rectores en el orden del día de la reunión y eso provocó el conflicto”, dijo una fuente del ministerio. “Para ser un profesional de las audiencias, lo sucedido es un golpe a su orgullo: es el ministro menos valorado del Gobierno y él solo provocó un conflicto que tuvo más repercusión mediática que toda una jornada de huelga. Fue un error garrafal que tiene al partido muy preocupado”.A su llegada al ministerio se condujo con un lenguaje coloquial y campechano, con un talante muy abierto en las formas como para romper con la rigidez del ministerio, muy diferente a su comportamiento en las empresas privadas, donde se le recuerdan sus gritos a las secretarias y su exceso de mordacidad. Demasiado suelto en el lenguaje, comenzó a lanzar frases con el ánimo de provocar titulares y algunos se le vinieron en contra. Así fue cuando afirmó que los problemas educativos en Ceuta y Melilla se debían a “la avalancha de población, básicamente marroquí, que acude a beneficiarse de esa educación obligatoria y gratuita que se les facilita”, cuando los usuarios musulmanes de la educación no son marroquíes sino españoles. Afirmó también, para estupor del sector, que la educación infantil en España es “más asistencial que educativa”. “No puede ser que al empollón se le considere un friqui”, dijo en una entrevista. Esa tendencia a la frase ingeniosa no ha caído bien y le ha ocasionado algunos percances, en algunos casos porque su equipo no le proporcionó los datos correctos o porque le falló la memoria. Así fue cuando dijo que “en España hay 79 universidades mientras en California, con la misma población, solo hay 10”, cuando en California hay 146. También confundió un libro de texto con un ensayo para criticar la asignatura de Educación para la Ciudadanía.
Sus interlocutores en las últimas fechas no se han formado todavía una opinión muy sólida del ministro, pero concuerdan en apuntar su poca sensibilidad hacia el sector y su desconocimiento de los problemas de la Educación. Así lo manifiesta gente como José Campos, de CC OO, y Carlos López, de UGT. “No hemos podido reunirnos con él salvo en una ocasión y fue para exponernos los recortes sin dejarnos hablar. Lo primero que pienso es que no parece un hombre capaz de generar consenso”, dice López, que añade: “Tiene demasiados frentes abiertos”. Campos, por su parte, ha tenido varias reuniones con él. Reconoce un trato afable pero “poca cintura” en el ministro: “No podría acusarle de prepotente, pero sí de poco flexible. No es dialogante”.
En unas fechas volverán los rectores. Sus conocidos le recomiendan que deje el ingenio y el genio fuera del ministerio si quiere seguir siendo ministro.Son mayoría las fuentes que apuntan a que su política la está marcando Génova, razón por la cual sorprende “un comportamiento tan derechizado” en un hombre liberal como Wert. A su pesar, en el sector se le tiene por un ministro débil: “Mientras otros ministerios han sufrido recortes del 16%, Educación se ha situado en el 21%. Conseguirá que Educación baje un punto en el PIB. Es una barbaridad”.
Artículo publicado en El País.

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