Más de uno interpretará esta medida como un acto de solidaridad. A mí me retrotrae a la época decimonónica y a los tiempos del conde de Romanones, cuando la educación superior no era un derecho adquirido y los hijos de los trabajadores que quisieran cursarla tenían que mendigar el tutelaje de un mecenas que les financiase. La mayoría de las veces, el mecenazgo se conseguía más por una cuestión de lavado de imagen o la obtención de un servil cualificado, que por altruismo o filantropía.
No dudo de la buena intención de la propuesta, pero creo que debe ser el Estado quien apadrine (perdón, garantice) el derecho universal a la educación en sus distintos niveles.— Rafael Iturgaiz Martínez.
Publicado en Cartas al Director de elpais.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario